En Idioma materno (en buena hora reeditado por Hueders Chile), el escritor ítalo-mexicano Fabio Morábito reúne un conjunto de textos breves escritos con ese cuidado, redondez, exactitud y oblicuidad que constituyen su exquisita arte poética. No son, en modo alguno, "prosa poética", sino prosa trabajada al máximo, lo que él mismo llamaría, un estilo morosamente encontrado. De hecho, es de aquellos libros que generan unas ganas compulsivas de subrayar frases y más frases, porque dan la impresión de que en ellas se ha logrado la perfecta formulación de su escritura, subrayado, por lo demás, que es materia, de no menor importancia, de varios de estos singulares textos.
Se trata de escritos inclasificables (lo cual importa poco), fundamentalmente relatos, en los que el cuentista, ensayista, poeta y traductor reflexiona sobre su oficio de una manera tal que este se enlaza con su vida, ya sea a través de episodios mínimos o esenciales de su autobiografía. En general, Idioma materno puede leerse tranquilamente -y deliciosamente- como el diario de la formación de un escritor. En este sentido, la obra se afilia con otras -escritas precisamente en el idioma materno de Morábito-, tales como El oficio de vivir , de Cesare Pavese y, sobre todo, con Léxico familiar , de Natalia Ginzburg.
Idioma materno es una obra excepcional, tanto si consideramos cada texto por separado como si nos adentramos en la imbricada conexión de sus partes. No hay orden estrictamente cronológico (si nos atenemos a lo biográfico) ni tampoco un desarrollo temático continuo (si nos atenemos a los contenidos) sino un avance pausado, ligero y a la vez profundo en torno al idioma materno de un escritor, su piedra filosofal, así como de la relación con los otros idiomas, ya que "Solo podemos hablar porque nuestro idioma no está solo". Este eje es crucial en el autor porque, de un lado, ha dedicado, con mucho éxito, sus esfuerzos a la traducción y, del otro, escribe, también con éxito, en un idioma de adopción (el castellano).
Así, en "El gran políglota", un hombre que poseía la capacidad demencial de aprender, uno tras otro, cualquier idioma, percibe que esos idiomas postizos, como en una hemorragia, se van cayendo a pedazos "y sabe que de este modo reconocerá al fin su idioma materno, cuando este, que será el último en abandonarlo, se caiga una mañana de su lengua, dejándolo definitivamente mudo". Y en "Qué es el diablo", Morábito narra la historia de un personaje que al retornar, después de cuarenta años a su tierra natal, le cuesta tanto adaptarse a su idioma de origen que opta por falsearlo fingiendo un acento extranjero. "Fue lo que pensé, señala: este tipo no tiene alma; porque quizá el último reducto del alma sea el acento y el había decidido suprimir el suyo recubriéndolo de uno postizo, y hasta cuando estaba solo, no podía quitarse esa máscara. No solo había estropeado su lengua materna, sino su propio hablar, sin importar el idioma que usara. Tal vez el diablo sea esto".
Pero en este libro, en dosis muy concentradas, se da un desarrollo a distancia de múltiples temas e ideas -uno de sus silenciosos méritos formales- ya que el primer esbozo del tema aparece, por ejemplo, sugerido en una línea de los textos iniciales, resuena después en otros intermedios y concluye al final, entreverado con otros temas e historias. La madeja de este libro, por lo mismo, es difícil de ordenar críticamente, el efecto inverso a la comodidad y cortesía que produce su lectura.
Entre los asuntos que va tocando (siempre de un modo narrativo, ameno y sorprendente) figuran la traducción (en el que, a su vez, el tema del idioma materno es esencial) una cuestión recurrente en un traductor como él; el arte de novelar; la relación entre el habla y la escritura (Morábito investiga actualmente la narrativa oral en Mexico), Kafka, Dostoievski, Vallejo, Camus, Homero (o mejor dicho, las historias de Homero vueltas a contar desde otro ángulo). No siempre el título apunta directamente hacia los contenidos que el texto en definitiva trata (en esto se parece a los ensayos de Montaigne) y en varios casos no es la argamasa lo esencial sino algunos delgados ladrillos que la componen y, sobre todo, la forma de la composición.
El idioma materno plantea una encrucijada porque se esconde, como en un último e inexpugnable refugio, en el llanto, obligando al escritor que escribe en otro idioma a incurrir en una doble traición: "La de la escritura, que es una traición al mundo, y la de escribir en una lengua que no es la propia, que es una traición al habla" y, así, concluye: "Se abdica del idioma materno porque se abdica del llanto y se abdica del llanto porque solo dejando de llorar se puede escribir".