La Universidad Católica de hace 20 años, la que dirigió Manuel Pellegrini, está entre los mejores equipos de Chile y tuvo a dos argentinos, Néstor Gorosito y Alberto Acosta, en estado de gracia.
Gorosito era el cálculo, geometría de campo, línea recta y curva, coordenadas y pases con compás.
La gente del fútbol sabe, los espectadores se anticipan y los que han visto mucho no se sorprenden con nada.
Hay mediocampistas, muy pocos, que se salen del molde y rompen el abecedario.
Son creadores de neologismos, en este caso giros nuevos que no son de la lengua, sino del fútbol. Inventan un quiebre, abren un espacio donde no lo había, crean un pase y fabrican una guirnalda.
Jugadores adelantados, con algo de médium, hechicero y adivinador.
Acosta, el centrodelantero, era un 9 en otra etapa de crecimiento y estaba un paso por arriba de los rivales. Más fuerte y rápido, más potente y arrojado.
El desarrollo lo pilló en el camino y dio un salto evolutivo enorme.
Fue el goleador del campeonato con 33 tantos, pero no era solo eso, también era su condición de incansable, corajudo y obsesivo.
Ese equipo formidable no fue campeón.
El campeón de 1994, y después de un cuarto de siglo, fue Universidad de Chile, con un Sergio Vargas que ganó un par de partidos y varios puntos, y un explosivo Marcelo Salas con 27 goles, nada menos.
Luis Musrri rasmillaba y raspaba. Estaban los hermanos Castañeda. Rogelio Delgado y Ronald Fuentes como centrales y pareja de policías, donde uno es bueno y el otro malo, claro que nunca se supo cuál era cuál. Ese era uno de los misterios de un equipo donde Esteban "Huevito" Valencia con varios se entendía de memoria.
Ese equipo infló a la "U" de historia y lo que parecía perdido en la noche de los tiempos, la gloriosa década del 60, aquí estaba otra vez y por eso el grito: "Grandes como fue el Ballet".
Fue un triunfo futbolístico y sobre todo emotivo, porque la "U" volvió a ser un sentimiento. Y eso se prolonga y así pasaron a nuestra pequeña historia.
Algunos de los preciados bienes de Universidad de Chile, los más antiguos y los nuevos, se acrisolaron hace 20 años y lo de 1994 no fue un triunfo vano.
Y es posible que algunos de los males de Universidad Católica hayan nacido en ese año y por esa paradoja: el equipo magnífico e irrepetible que no fue campeón.
Las costras de frustración, el bajo umbral del dolor y la ira tan a flor de la tribuna quizás se anidaron e incubaron en torno a esa pena; y por eso el recuerdo de ese equipo fantasma, los del 94, aún extiende su larga sombra.