Una soleada mañana de domingo llevo a un grupo de extranjeros a conocer algunas maravillas ocultas del centro de Santiago. Lugares que hablan de una época en que la ciudad bullía de actividad día y noche gracias a la confluencia de comercio de calidad, casas matrices de bancos y empresas, periódicos, radios, los poderes del Estado, buenos hoteles, elegantes restaurantes, salones de té, cabarets y salas de espectáculos de todos los tamaños y para todos los gustos, y gente, mucha gente vibrando en las calles. Esta vez llevo a mis visitantes por un laberinto de electrodomésticos y ropa de temporada; hacia el fondo de la tienda descubren asombrados la decoración espléndida del viejo teatro Real: las fachadas de un villorrio español enmarcan la sala. Les cuento que cubría este caserío -y el público- un cielo estrellado que titilaba al apagarse las luces, antes de abrirse las cortinas y sumergirse uno en la mágica ilusión.
La modernización de Santiago a partir de los años '30, fruto de la ordenanza Brunner, reemplazó los palacetes Beaux Arts por soberbios edificios de fachada continua y altura uniforme de 30 metros, y con ellos apareció un nuevo universo público en el interior de las amplias manzanas coloniales; un trazado urbano de pasajes y galerías comerciales en varios niveles y, asociado con ellas y coincidiendo con la expansión global de Hollywood, innumerables salas de cine, muchas de espectacular arquitectura; hoy casi todas desaparecidas. Uno de los primeros en partir fue el teatro Victoria, llamado "el Municipal chico" por sus proporciones que permitían montajes escénicos; hoy un centro comercial. Similar cosa con el magnífico Astor, sede de las temporadas de la Orquesta Sinfónica, y con los cines Central y Huérfanos, notablemente construidos uno sobre el otro. El Gran Palace, demolido hace poco, era una gigantesca sala con una platea "democrática" en un único plano elíptico, y ofrecía un espectáculo de luces de colores en sus muros previo a cada función. El cine Metro era de fantástico Art Decó, orgullo de la ciudad; el Lido y el Santa Lucía tenían pantallas curvas envolventes para experiencias sensoriales de vanguardia, precursoras del 3D de hoy.
Una de las joyas de esta época dorada de Santiago sigue en pie, aunque clausurada y con futuro incierto: el estupendo Rex, cuyo amplio arco de medio punto sobre el proscenio evoca al mítico Radio City Music Hall de Nueva York. Con tales espacios en medio de la ciudad, es imprescindible pensar con ingenio en su destino: auditorio, centro de convenciones, incluso comercio bien diseñado y que preserve su arquitectura interior, que es de tal potencia que futuras generaciones merecen disfrutarla como antes la disfrutamos nosotros.