Se puede entender que Julio Barroso crea, de la noche a la mañana, que en Chile los campeonatos están arreglados. Eso lo dice, claro, cuando el puntero es otro, y no cuando su equipo es el que levanta la Copa. Habría sido más interesante que el argentino -hasta ahora un ejemplo en sensatez- lo dijera antes, tras dar la vuelta olímpica con O'Higgins o con Colo Colo, porque el debate hubiera sido más intenso, sin dudas.
Por eso, en aras de la libertad de expresión, Barroso está en su derecho de decirlo, pero cuidándose obviamente de salir segundo, porque si los albos llegan a ganar este torneo, al defensa le costará encontrar la argumentación exacta para justificar el nuevo triunfo de su escuadra.
Lo que me cuesta seguir en el último tiempo es el rumbo del Sindicato de Futbolistas Profesionales, una entidad que, con esta misma directiva, dio hace una década atrás batallas importantes e incluso históricas para el gremio. Carlos Soto y sus compañeros de lucha libraron esos combates en la época de Reinaldo Sánchez, donde parecía fácil disparar contra la ANFP y los clubes en quiebra porque todo parecía malo, corrupto, malsano, desprestigiado.
Luego, con el avenimiento de las sociedades anónimas y la millonaria cascada del CDF y de los contratos de la selección, la labor de esta directiva (entronizada en 1998) ha sido difusa y errática. Apoyó a los jugadores que cometieron una flagrante indisciplina en la selección chilena, dejando en incómoda posición a los que se quedaron en Juan Pinto Durán. Y ahora se alinea con Barroso, aunque eso signifique arremeter -sin argumento ni prueba alguna- contra un plantel que aspira a levantar una corona con un expediente simple: sumar más puntos que el resto. No se le ha escuchado sobre temas de fondo, ni ha censurado actos de sus propios "colegas" que fomentan la violencia y atentan contra la moral deportiva.
En el legítimo ejercicio de la libertad de decir lo que se nos venga en gana, muchas veces olvidamos la dignidad del resto, el sano ejercicio de ponernos en su lugar y, sobre todo, la más básica de todas las lógicas: nadie trabajaría con ahínco y dedicación si creyera que los torneos se deciden en un par de oficinas. Hay cuestiones polémicas, gente corrupta, árbitros sospechosos y cobros discutibles, por cierto. Pero para eso estamos: para tratar de discernir el error de la corrupción y tratar de trazar la línea reiterada que supone la confabulación. En ese trámite, lo sabemos todos, los principales sospechosos serán siempre los equipos de mayor convocatoria, de más recursos, sobre los cuales siempre hay más presión.
Si reclama algún cuadro con poca cobertura, con dineros escuálidos y poca llegada en Quilín, se tiene que escuchar la queja. Si lo hace uno de los poderosos, la sospecha es otra: están utilizando su posición preferente para sacar provecho, para obtener ventaja, para lograr un rédito, para raspar la olla. Eso lo sabemos todos. Y más aún el Sindicato, que lleva años en ejercicio y que -alguna vez- tuvo a sus integrantes dentro de la cancha. En un fútbol distinto (porque eran otros tiempos, muy pretéritos), pero fútbol al fin y al cabo.
La directiva de la ANFP, siempre tan solícita para atender estos casos que "lesionan la imagen de la actividad", debería tener la misma capacidad de reacción siempre. Sobre todo ahora que serán remunerados. Porque, seamos honestos, han pasado y se han dicho cosas peores y en Quilín ni se enteraron.