Carlos II fue un sabio rey inglés. Viendo a su padre, Carlos I, morir decapitado por pelearse con el parlamento, aprendió que es una mala idea agredir a los comunes. No tuvo hijos con la reina Catalina de Braganza, pero reconoció 14 hijos ilegítimos con 7 amantes diferentes. De ahí su apodo "el Rey Alegre".
Un buen día, mientras se afeitaba, Carlos II sufrió un desmayo. Tuvo la "suerte" de que lo trataran los mejores doctores de la época. Lo sangraron, lo forzaron a vomitar violentamente, le quemaron con químicos el cuero cabelludo. Le pusieron plastas con fecas de paloma, le dieron laxantes potentes, lo hicieron comer piedras de riñón de chivo y beber gotas de extracto de un cráneo humano. Gracias a ese tratamiento, Carlos II murió dos días después.
Afortunadamente, la medicina ha progresado mucho y nadie en su sano juicio ofrece curaciones de este tipo. Sin embargo, el equivalente al tratamiento del alegre rey Carlos II es lo que está proponiendo un grupo de nigromantes medievales para nuestra educación.
La prueba PISA del 2012 mostró que Chile tenía el mejor nivel educacional de Latinoamérica y progresaba lenta pero sostenidamente. No es suficiente, qué duda cabe. Compararnos con Latinoamérica es un consuelo modesto. Pero es un avance que tengamos la mejor educación del vecindario y que la tendencia muestre progreso.
A nivel escolar hemos mejorado y la iniciativa privada ha complementado a la educación pública de mala calidad. Así, los padres han podido elegir el mejor colegio para sus hijos y contribuir con recursos a una mejor educación. Incluso los niños más vulnerables cuentan desde 2008 con la subvención escolar preferencial que les da acceso gratuito a colegios con financiamiento compartido. Por eso no se entiende esta regresión ideológica sesentera.
Las recetas son parecidas a las fecas de palomas, a los sangramientos y laxantes. "¡Ningún peso del Estado puede ir a entidades con fines de lucro!", dicen. ¿Quién inventó tamaña insensatez? El Estado siempre ha tratado con empresas privadas, desde el suministro de remedios a los hospitales hasta la construcción de infraestructura, pasando por todo el sistema de vivienda social. El Estado se abastece todos los días de empresas privadas con fines de lucro.
Un profesor presenta licencia médica al colegio fiscal en el cual trabaja en la mañana; pero va a trabajar puntualmente al subvencionado en la tarde. ¿Por qué? fácil: en la mañana el estatuto docente impide que le reprochen si hace mal la pega o lo premien si la hace bien. En la tarde lo pueden despedir o premiar según la calidad de su trabajo. ¿Cuál es la solución? Confiamos no sea aplicarles a todos el estatuto docente.
Otra receta tipo doctores del Rey Alegre es que los colegios no puedan seleccionar alumnos ni los padres seleccionar colegios. Centralizadamente, el Ministerio de Educación los mete en una tómbola y los asigna a un colegio. Hay que ser el faraón de los ineptos para pensar que el Estado y su lotería sabe mejor que los padres lo que conviene a los niños. Si hay algo en lo cual a los padres nos gusta participar es en la educación de nuestros hijos. Nos gusta elegir y aspiramos a darles el máximo y no un mínimo garantizado por el Estado.
El Gobierno promueve una alianza público-privada para reactivar la economía. En educación ya existe y funciona, pero el Gobierno la quiere destruir. ¿Quién lo entiende?
El Gobierno aprobó una reforma tributaria que le permitirá mejorar la calidad de la educación. ¿Por qué no se dedica a eso en vez de seguir promoviendo un cambio de sistema que no mejora la calidad y destruye la cooperación público-privada?
Si el Gobierno quiere restablecer confianzas con el sector privado, en educación tiene una oportunidad magnífica. El Gobierno tiene la palabra. Puede decidir seguir peleando con los comunes y que nuestra educación termine decapitada como Carlos I, o aprender de sus errores y vivir feliz como Carlos II. Pero para eso tiene que alejarse de los matasanos de la educación.