El Gobierno se ha propuesto implementar una educación de calidad para todos, subrayando que debe ser entendida integralmente. La palabra calidad se repite 16 veces en el acápite. Mas en ninguna parte se define, pese a ser "desafío primordial". No parece lógico.
Todos coincidimos en la baja calidad del actual sistema escolar público, en particular. Pero, ¿las autoridades saben en qué específicamente estamos mal? A nivel país, digo, porque hay experiencias particulares exitosas dedicadas a enseñar solo a niños vulnerables. En fin, el punto crucial es saber hacia dónde orientarán las decisiones.
Como se sabe, calidad proviene de los modelos de eficiencia económica de países desarrollados desde comienzos del siglo XX, del perfeccionamiento tecnológico de procesos productivos orientados a la calidad total y competitividad. Se aplicó enseguida a la educación y otros servicios. Pero los países de nuestra región lo adoptaron sin considerar la distancia que tenemos respecto de aquellos en casi todos los aspectos. Por eso hay sectores que se resisten a tal concepción. Pero ya está instalada.
En consecuencia, el Gobierno apuntará a la excelencia, al menos a la eficiencia, es de suponer. A una mejora continua que involucra a todo el sistema educativo, interesando más el público. Entenderemos así que el Gobierno se empeñará en alcanzar alto progreso intelectual, social, ético y emocional en los alumnos involucrados en él, toda vez que concibe la educación de calidad "integralmente". De partida, obliga a evaluar los niveles socioeconómicos y culturales de las familias de donde proceden ellos, para saber adecuar el modelo diseñado a la situación real de los matriculados en cada liceo o colegio.
Para definir un patrón de calidad, hasta donde logro entender, hay que determinar una serie de factores, entre ellos instalar una cultura de la calidad, "el trabajo bien hecho". No es fácil y requiere mucho tiempo definir el tipo de conocimiento que se quiere impartir en cada disciplina y las áreas que abarcará. Luego, establecer qué se espera del rol docente; su formación profesional y perfil humano, asunto no menor. Esto implica preocuparse de la carrera docente y de una remuneración muy buena, acorde en forma irrenunciable con la experiencia pedagógica demostrada con evidencias. Se debe precisar qué debe ocurrir en el aula, esencia de la enseñanza, y, consecuentemente, establecer procedimientos de medición y supervisión para ese ámbito. Agreguemos una infraestructura adecuada, un modo de gestión del establecimiento, organización del tiempo y espacio, amén de formas de convivencia, disciplina y mucho más.
Todos queremos educación de calidad, mejor todavía concebida integralmente. Pero no sabemos qué características tendrá según los responsables de implementarla. ¿Han trabajado en ella solo técnicos o especialistas de gobierno? ¿Se ha consultado a quienes desarrollan escuelas exitosas para niños modestos, sus modelos educativos ejemplares para nuestra realidad? ¿El patrón de calidad será estatal y elaborado con qué criterios? ¿Por qué aún nadie se pronuncia?
Es claramente necesario, porque los cambios en educación se desarrollan en muy largo plazo, largo de verdad, sobre todo tratándose de una modificación del paradigma. ¿Hay conciencia del alto riesgo existente cuando se ponen en marcha estas iniciativas? Porque son reformas impulsadas por gestiones políticas cuyo tiempo resulta necesariamente variable o limitado. La única manera de superar esa incertidumbre y evitar un fracaso es asumirla como política de Estado, fruto de un consenso entre todos los actores relevantes. El ánimo gubernamental fue fundacional. ¿Aún se piensa igual? Porque es imposible que esta reforma resulte exitosa en manos de un solo bloque político, incluso por optimista que sea sobre la duración del mandato.