Así se titula el libro más reciente de François Dubet, uno de los más reputados sociólogos franceses, que se encuentra por estos días en Chile. Parte de una pregunta que suena obvia: ¿Por qué la población no se rebela contra un fenómeno a simple vista tan escandaloso, como es la desigualdad? Simple: "Porque la 'pasión por la igualdad' no es tan fuerte como se supone". Peor aún, porque los individuos "eligen" la desigualdad "o, para ser menos sombríos, eligen no reducirla". Lo que busca cada uno es más bien establecer la mayor distancia social posible con los grupos menos favorecidos -que siempre los hay, aunque sea imaginariamente, incluso para quienes están en las posiciones más desmejoradas. "Los individuos no buscan las desigualdades -dice el autor-, pero sus elecciones las engendran".
Dubet, como buen sociólogo, busca una explicación general e histórica. La encuentra en el desfondamiento de la estructura de clases tradicional, que otorgaba a cada individuo una posición y una identidad "estructuradas por un orden estable", y no se modificaban -salvo contadísimas excepciones- desde la cuna hasta el día de su muerte. Hoy, las posiciones e identidades sociales son el resultado de sofisticadas "estrategias de distinción y desmarcaje". Cada cual debe "asumir sus responsabilidades" como autor "de su propia vida"; cada uno tiene que "construir por sí mismo el conjunto más singular y el más distintivo de sí mismo" con el fin de poder "marcar su rango y su posición". Y echar mano, para ello, a cualquier mecanismo a su alcance: desde la vivienda al estilo de vida, desde el consumo al lugar de nacimiento, desde el color de la piel a la raza. Esto explica por qué los individuos, al mismo tiempo que denuncian "las grandes desigualdades" -y apoyan a los políticos y a las reformas estructurales que prometen terminar con ellas-, "se aferran a la defensa de las 'pequeñas' desigualdades, aquellas que hacen las diferencias esenciales".
La educación ha sido siempre, y lo sigue siendo hasta ahora, "una máquina de producción de desigualdades y de reproducción de las mismas entre generaciones". Las familias lo saben, sin necesidad de leer un paper al respecto. Pero como no está en sus manos eliminar las desigualdades sociales de origen ni borrar las herencias culturales, no les queda otra alternativa que hacer algo de lo que algunos se burlan: "gestionar de cerca la escolaridad de sus hijos" con el fin de alcanzar esas "desigualdades sutiles" que les permitan elevar su posición social o, al menos, no descender. Con sus mecanismos de selección, competencia, premio y sanción, la educación es un campo de batalla. Un campo de batalla en el que las familias, aun violando sus propios principios, luchan por alcanzar esas "desigualdades sutiles" que hacen la diferencia.
"La 'elección por la desigualdad' -concluye Dubet- no es entonces una opción ideológica reivindicada como tal. Es un conjunto de prácticas que sería vano condenar desde un punto de vista estrictamente moral, porque los individuos usualmente tienen 'buenas razones' para actuar como lo hacen, presos de juegos sociales que no manejan en absoluto".
El libro en cuestión fue escrito pensando en Francia; pero aun así, él ayuda a interpretar algunos eventos domésticos evitando las teorías conspirativas. Entre otros, la conducta de esos miles de familias de recursos modestos que se movilizan no en defensa del derecho a una educación gratuita, sino en defensa del derecho a pagar por ella, aunque sea en forma parcial. La "preferencia por la separación", diría Dubet.