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Cartas
Lunes 03 de noviembre de 2014
¿Por qué estudiar latín?
Señor Director:
La cuestión de por qué estudiar lenguas clásicas es apasionante. Para muchos pedagogos que rebuznan con la modernidad y con los "nuevos métodos", el estudio del latín o el griego en los colegios podrá ser una pregunta inentendible, una especie de locura o fiebre idealista. "¿Y para qué sirve?" es la pregunta que usan como arma mortal, esperando que el defensor del latín no sepa qué responder o se ruborice.
Lo cierto es que esa pregunta está ya marchita; supone un terreno infértil para una posible respuesta. La pregunta "¿para qué sirve?" tiene, en boca del pedagogo orientado al mundo productivo, un sentido servil. "Para qué sirve" significa "¿de qué es esclavo (siervo)?". Supone una petición de principios: todo aprendizaje tiene que estar subordinado a la utilidad práctica.
A veces el amigo del latín gasta demasiado tiempo en defender el latín desde la utilidad, y la verdad es que todo eso en exceso genera aburrimiento y distrae de las cosas más esenciales.
El latín es útil, el latín sirve, qué duda cabe; por eso, no está errado quien constata la "gimnasia mental" que este hace adquirir a sus aprendices. Tampoco es inoportuno señalar que aprender gramática latina es útil para aprender otros idiomas. Son, por decirlo así, destrezas "hijas" del latín. Pero aprendemos latín por otras razones más profundas. Vamos al museo para contemplar obras de arte bellas. La belleza es algo bueno en sí. Si mis visitas al museo me brindan tranquilidad a los nervios o capacidad de concentración, bienvenidos sean estos benditos efectos. Pero lo primario es contemplar un cuadro. Lo mismo con el latín.
¿Pero, puede el latín ser objeto de contemplación? Se me viene a la mente la novela "Narciso y Goldmundo", de H. Hesse. Uno de los dos muchachos, no me acuerdo cuál, gozaba con el estudio del griego, incluso desde el nivel sensitivo: disfrutaba los caracteres griegos, sus líneas y junturas. Tomando en sentido metafórico, creo que el estudio de una lengua como el latín también está orientado a ese tipo de goce. No me refiero al goce del lingüista, legítimo por lo demás. El estudio de una lengua separada de su literatura es ya un saber especializado; me refiero al goce universal. Y es que, como dice un sabio del medioevo, in contemplatione veritatis maxima delectatio consistit ("el mayor deleite está en la contemplación de la verdad"). Pero, ¿enseña verdad el latín?
El latín que debería estudiarse como disciplina obligatoria en las escuelas humanistas y en las universidades es, nada más ni nada menos, la lengua en la cual se plasmó el genio de épocas completas. Estudiar latín es introducirse en una gran odisea del espíritu humano, es sentarse a conversar con poetas, filósofos, oradores, concilios, teólogos, juristas, astrónomos y goliardos. Es darse cuenta de una gran verdad: sin estos personajes que pensaron y hablaron en latín, hoy estaríamos probablemente en las cavernas, comiéndonos los unos a los otros.
Sentarse a traducir, lentamente, las frases de algún vate o las sentencias de algún sabio, descubrir cómo nuestro castellano revela etimologías deliciosas, admirar la estructura y confección de frases musicales y recónditas, y darse cuenta de que somos herederos de un caudal aquilatado por muchos siglos es, entonces, como ir a un concierto de J. S. Bach o admirar una puesta de sol. Una actividad gratuita, pacífica, intensa y feliz.
Patricio Domínguez Valdés