La vergüenza pertenece junto con la culpa y el orgullo, que es el sentimiento opuesto, al grupo de las emociones llamadas autoconscientes, en las que el elemento esencial es que incluyen un juicio acerca de sí mismo.
Las experiencias emocionales que causan vergüenza quedan archivadas en la memoria como situaciones profundamente dolorosas y desagradables, con una sensación de humillación, que hace que difícilmente se perdone a quien ha sido el causante de la situación o a quienes se han burlado.
Piedad Bonnett, en su libro "El prestigio de la belleza", relata los dolorosos sentimientos experimentados por la protagonista, una niña que toma conciencia de que la encuentran fea, en una sociedad que sobrevalora la belleza. Desde ahí se configura una adolescencia marcada por la rebeldía y por el sentimiento de ser rechazada por sus padres y profesores.
Ella escribe textualmente: "¿Algo más bochornoso, incómodo, desasosegante y a veces trágico que la vergüenza? Comprendo perfectamente y además admiro la práctica creada por los samuráis, en razón de la cual se hacían voluntariamente el harakiri por la vergüenza que les ocasionaba una derrota, o para evitar la deshonra ocasionada por una falta o un delito".
La vergüenza es un sentimiento tan desconcertante, tan abrumador, tan poco localizado, que no solo se resiste a cualquier descripción sino que no admite adjetivos. Exponer al niño a situaciones en que se sienta avergonzado tiene algo de sadismo. Si se puede reprender a un niño o una niña en forma privada, que se sabe es más eficaz, ¿por qué someterlo a la humillación de que sus compañeros, primos o amigos, sean testigo de sus faltas y de su reprimenda? Es un acto de abuso de poder, de autoritarismo, que por lo demás lleva a que los testigos se formen una opinión negativa de quien lo comete, y que a veces obliga a estos a ser cómplices de una conducta abusiva. No se trata de no poner límites o de no exigir, pero es necesario hacerlo en forma apropiada. Lo mismo sucede cuando se exige a un niño que realice algo que excede absolutamente su nivel de competencia o a enfrentar algo a lo que tiene franco temor. Esas experiencias de fracaso dejan una sensación de inhabilidad que marca -de forma dolorosa- un sentimiento de incompetencia, del cual es muy difícil deshacerse en el futuro. Con frecuencia, en el contexto escolar, esto sucede en asignaturas como educación física o música, pero también en otras asignaturas como matemáticas o los idiomas.
Frente al fracaso y los errores que puedan cometer los niños, hay que tener una actitud tolerante y normalizar lo sucedido. En ningún caso burlarse o recriminarlos, ya que inherente a la vergüenza existe una sensación de desamparo, de inferioridad y de estar muy expuesto al miedo de la mirada del otro.