Los personajes de historieta cómica, profundamente desarticulados y encantadores de Bororo, moran en los nueve grandes cuadros de 2014 que ahora se exhiben en Galería Artespacio. Son, una vez más, su marca de fábrica. Así, la tira cómica de realismo doméstico resulta transfigurada en una épica de personajes plenos de humanidad. Nada hay, pues, de aquellas fantasías superficiales e imposibles imperantes en los cómics actuales. Hoy, a su fresca iconografía, a sus típicas dislocaciones corporales de precarios hombres y animales, a los dinámicos juegos de planos, a los chorreos y manchados pictóricos, suma el pintor la intensificación del borrón abstracto y la aplicación informalista del pigmento. Sobre todo densifica la mancha, provocando un efecto atmosférico y un engrandecimiento espacial que operan de manera distinta.
Tenemos dos cuadros notables, ejemplo de ello: Momentos oscuros, donde más allá de su efecto de claroscuro, el fluido negro violáceo parece disponerse a engullir, totalitario, la ferocidad pasajera de mastines y militares. Derecho a voz, la otra tela, convierte el manchado en fantasmas amenazantes que asedian la festiva seriación de un gordo bonachón. En ambos trabajos lejos para nada se echa de menos una mayor coloración. Esta, en los lienzos restantes, sí se hace presente a través de un manejo chispeante. Y aquí, ¡qué bien distribuido se encuentra el amarillo vibrante!
El segundo piso de la misma galería propone a Elisa García de la Huerta, residente en Nueva York durante los últimos siete años. Suyos concurren pinturas textiles, fotografías, videos y dibujos con color. Las primeras acaparan los méritos mayores. Especie de patchwork, sus pedazos se combinan con pigmentos, bordados y lentejuelas, dando movilidad multicolor al conjunto. Pero estas exuberancias florales convencen más cuando cuentan con presencia figurativa: la con una mujer arrodillada junto a un árbol, ante todo. Las fotografías, a veces como collages, y las filmaciones se vinculan a acciones de arte de un grupo femenino. De los dibujos, aunque de factura correcta, se esperaría una temática menos frecuentada. En todo caso, la exposición entera dejar ver más búsqueda de originalidad y bullicio visual que hondura expresiva y mayor reflexión creadora.
Pablo Rivera en XS
La vibración real, provocada artificialmente, constituye el protagonista, el motor de las instalaciones de Pablo Rivera, en Galería XS. Ella domina, en efecto, la sala tanto mediante una banal danzarina en miniatura que, azarosa, baila sobre el plano de un vibrador de laboratorio —acá, las proporciones engrandecen cuantitativamente al personaje—, como a través de la mucho más compleja y bonita saturación de transparentes vasijas de vidrio —desde floreros decorativos hasta frascos utilitarios—. Dentro de los tres niveles de una repisa de metal negro, este segundo trabajo es puesto en estado crítico con el agua que contiene cada uno de los objetos mencionados. De esa manera, el líquido bulle con ordenado ritmo, gracias a la delgada tubería con aire introducida dentro de ellos. Nos parece que, aún sin el líquido, el conjunto luce atractivo.
Completa las dos obras anteriores un grupo de cuatro piezas en genuina y gastada madera de batea. Sobre sus superficies respectivas están grabadas con láser cuatro palabras, como balbuceos en inglés. Probablemente, en este último aporte resida el punto de partida o el resumen conceptual de una experiencia personal vivida por el artista, que dio origen a la actual exposición.
Más exposiciones
El mendocino Sergio Roggerone vuelve a mostrar en Santiago. Lo hace en la planta baja del Centro Cultural de Las Condes. Muy por sobre el resto llaman la atención sus preciosas flores de papel recortado que se superponen a láminas con aspecto de integrar un viejo libro de ilustraciones. Productos del presente año, en blanco, negro y dorado, la inventiva barroca del autor obtiene de ellos una admirable sublimación decorativa. Artificiosas y con la mirada, acaso, en ciertas mujeres de Picasso, los óleos acompañantes dejan ver una excepción en la bonita Virgen de la uva y su rico marco.
Dentro de las construcciones geométricas un tanto neutras, de Fernanda Gutiérrez —acaba de exponer en Galería La Sala—, sobresale con entera claridad un tríptico ejecutado con cuerdas entrecruzadas. Es una elaboración bien equilibrada y que define una tensa relación de líneas rectas. Además, cada porción se enriquece con el muy feliz complemento de cables eléctricos multicolores. Un trabajo, pues, digno de recordarse.