La primera imagen: un bosque umbrío, atravesado por haces de sol, por el que cruza, a lo lejos, un hombre, mientras un oscuro concierto de vientos y cuerdas sacude a la banda sonora. Esta sola composición hace pensar en un conflicto primigenio.
Solo después aparece el trabajador forestal Jorge Contreras (Daniel Candia), enfermo de diabetes, que tras completar su rutina en el bosque regresa a su pequeña casa de Tomé. Ya es de noche y la progresiva irrupción en la caminata de Jorge por unos jóvenes que juegan fútbol es una ominosa señal de lo que vendrá.
Minutos más tarde, Jorge será asaltado por los mismos muchachos, al mando de un sujeto fuerte y violento, el Kalule (Daniel Antivilo), que dirige el mundillo pandillero. La esposa de Jorge, la peluquera Marta (Alejandra Yáñez), se queja de que el barrio apacible ha sido invadido por los flaites. Esa noche deviene en pesadilla cuando el hijo adolescente, Jorge (Ariel Mateluna), es baleado por Kalule en los bloques de viviendas sociales donde habitan las pandillas.
La familia logra meter en prisión al agresor, pero luego de dos años regresa para seguir hostigándolos. Los Contreras asisten con impotencia a la inacción de la justicia y a la desprotección de la policía. Después de que la hija menor, Nicole (Jennifer Salas), es salvajemente agredida, Jorge toma la decisión de poner fin al asedio por su propia mano. Eso ocurre antes de una hora del metraje, y el último tercio está dedicado al conflicto solitario de Jorge consigo mismo.
Alejandro Fernández Almendras filma este drama con perfecta fidelidad a su estilo minimalista, interior, lacónico, donde la psicología es sustituida por la duración y por el peso de la materia, las cosas, los cuerpos. Por el fondo, solo en pequeños detalles, pasa la historia social -un retrato del Presidente Piñera, la campaña municipal de 2012-, casi para recordar que los personajes viven dentro de su tiempo y a la vez fuera de él, determinados por unas fuerzas primordiales que ni la modernidad consigue aplacar.
Se ha dicho en forma repetida que esta es la primera película "de género" de Fernández Almendras. No se divisa ninguna exactitud en esta descripción, excepto por la deriva hitchcockiana que consiste en poner al espectador en la situación de empatizar con un crimen, una forma clásica del suspenso. Pero, si se piensa en Huacho y Sentados frente al fuego, el continuo desequilibro entre la empatía y la distancia es también la característica de esas otras cintas, solo que con materiales de una intensidad dramática asordinada, en apariencia menor.
Matar a un hombre no es una excepción en la obra de Fernández Almendras, sino probablemente el momento en que el cineasta más original del panorama chileno se empieza a encontrar con el verdadero potencial de su manera de hacer cine.
Matar a un hombre
Dirección: Alejandro Fernández Almendras.
Con: Daniel Candia, Daniel Antivilo, Alejandra Yáñez, Ariel Mateluna, Jennifer Salas.
87 minutos.