Con su obra de 2014, el artista Óscar Concha emprende un interesante, un poético rescate patrimonial de la identidad urbana de su ciudad natal, Concepción. Se trata de una especie de memoria nostálgica, en la que baldosas instaladas durante la primera mitad del siglo XX sobre el piso de zaguanes de 20 casas particulares del centro urbano, se convierten en testimonio individual frente a posteriores inmuebles colectivos, tales como la Remodelación Paicaví y el Edificio de los Tribunales. Y recrean, así, esos testigos tangibles el ayer, mediante pintura acrílica sobre madera, fotografías, un tejido artesanal y la intervención de una alfombra. Fragmentos de la realidad concreta se nos entregan, pues, transfigurados en pinturas, algunas acompañadas con fotos documentales e ilustrativas respecto al asunto tratado.
Como verdadera portada del desarrollo visual que presenta Galería Artespacio, un par de amplias fotografías con color se ofrecen en el muro de cristal de la sala que mira a la calle. Una ostenta el esqueleto en negro del mapa de Concepción, impreso encima de un “Suelo” de desechos constructivos. La otra coloca el mismo mapa sobre el viejo “Muro” todavía en pie de una demolición. El video de lo que podríamos clasificar acción de arte del expositor nos deja ver el proceso de encender, dentro del fuego, una marca de acero con la palabra “Zaguán” y su aplicación, enseguida, sobre una alfombra. Esta ya intervenida y el propio objeto marcador también se exhiben. Completa el desarrollo conceptual de Concha un imaginativo y afín catálogo, que potencia adecuadamente el aspecto visual de la exposición.
Una fotógrafa que sorprende
Ekho Gallery, flamante sala de exposiciones ubicada en el epicentro artístico de calle Merced, supo elegir a su primera expositora. Y ¡cómo se ha sabido renovar, arquitectónicamente, la ex Galería Moro! Además, en la amplitud del recinto de ingreso, luce un anticipo brillante de lo mostrado en el subterráneo, corazón del establecimiento. Son solo cuatro fotografías. En extenso formato, a través de blanco, negro y pigmentos minerales, emergen sus temas plenos de un humor fino, certero. Nítidas, dotadas de encuadres originales y con claroscuro marcado, plasman escenas insólitas: el chicle de mascar como cuerda floja de la figurilla de un equilibrista de papel; el singular avaro de las perchas vulgares para colgar ropa; las manos en función de ratón que emerge del subsuelo de París; el remedo de rey que, sin éxito, trata de quemar su corona de cartón.
También fechado en 2010, el conjunto colgado en el sector más importante de la galería nos permite apreciar la serie fotográfica “Humberstone, el último hombre”. Su autoría, al igual que las cuatro láminas del local de arriba, pertenece a la joven fotógrafa francesa Dorothy-Shoes. Aunque ya con experiencia internacional y premiada en su patria, por desgracia resultaba una desconocida entre nosotros. Un humanismo a la vez dramático, risueño y rico en sugerencias arde dentro de cada foto de la serie, recogida con la frescura y espontaneidad de una mirada capaz de inventar un unitario perfectamente creíble. Por otro lado, la importancia que otorga a la puesta en escena de su único personaje pensante hace entrever, de algún modo, la procedencia teatral de la artista. Es que en todo momento sentimos la constante presencia invasora del desierto —por ejemplo, ¡esas ondulaciones con regularidad exquisita del terreno, en “El dragón”!— y los efectos de la sequedad —los surcos que cuartean la tierra de “Los pasillos”—, ante todo. Pero los interiores desvencijados, ruinosos, los metales oxidados de los interiores de la oficina salitrera no impiden que se presten para ingeniosas asociaciones argumentales.
Aquí el último y anciano habitante de Humberstone constituye el único protagonista humano. Resulta, además, un actor convincente y natural, vestido por la paradoja de un terno impecable, aunque inesperadamente desgarrado este por detrás. Y en él se fundamentan los pasajes de acción de las fotografías. Anima, de esa manera, la sala vacía de la escuelita refrescada por monigotes dibujados con tiza; salta con júbilo de niño las durmientes de un ferrocarril ahora inexistente; pasea la simulación de un perrillo hecho con latas viejas; se instala como objeto en vías de tránsito dentro de El casillero; emula a Chaplin tendido sobre “El engranaje”; su sombra evoca mejores tiempos en El trampolín”. Ya sin el último habitante no puede dejar de recordarse “La familia”, con el toque surrealista de los retratos en el interior de transparentes frascos de conserva. Un video amplía la visión de este sitio geográfico y su circunstancia.