Soy de los que esperan las Fiestas Patrias. En rigor, es el feriado que más disfruto. Aclaro que no me gusta salir de Santiago. Entre las aglomeraciones en los aeropuertos, los tacos en las carreteras y la tranquilidad notable de la capital cuando se van los santiaguinos, no hay dónde perderse.
En este marco, me detuve a escuchar el discurso de la alcaldesa de Santiago, Carolina Tohá, en la inauguración de las fondas del Parque O'Higgins. Me interpretó plenamente salvo por un detalle no menor. En su alocución, donde configuraba quiénes dieron sentido a la nación, los herederos de la independencia, atravesó la sociedad chilena en su conjunto. Apeló a los anónimos. Sin embargo, el deporte no apareció en ninguna frase.
Para cerciorarme de que no estaba equivocado, revisé al discurso en la página web del municipio. Ni el deporte ni los deportistas aparecían mencionados. No critico ni cuestiono a Tohá. Ella forma parte de una clase política, de una tradición, que siempre miró desde lejos la actividad física. En rigor, el Estado es el principal sostenedor del deporte local, pero lo hace por obligación o porque la coyuntura lo determina.
Entonces, cuando actúa, la mayoría de las veces por emergencia o incapacidad de los privados, lo hace para apagar incendios. Eso explica que se promulguen leyes con muchas imperfecciones, como la del deporte y de sociedades anónimas deportivas, que sin duda han sido un avance sustantivo, pero que exhiben yerros fáciles de corregir. No hablo del Ministerio del Deporte, que al Congreso entró como un caballo y salió como un camello. Hoy, en vez de operarlo, sus autoridades tratan de buscar fórmulas para que funcione ese mamarracho jurídico que cuenta con ministra, subsecretaria, director nacional, seremis, directores regionales... ¿Quién corta el bacalao?
¿Qué le faltó a la alcaldesa Tohá? Una mención a nuestros atletas que consiguieron medallas en los Juegos Olímpicos, con Manuel Plaza en Ámsterdam 1928, Marlene Ahrens desafiando a una sociedad machista apenas cuatro años después que las mujeres pudieran sufragar, y Nicolás Massú con Fernando González emocionándonos en Atenas 2004. También a los Mosqueteros de Lisboa (Carlos Dittborn, Juan Pinto Durán, Ernesto Alvear y Juan Goñi), quienes contra cualquier pronóstico, con una visión republicana de largo aliento, fueron capaces de conseguir el Mundial de 1962.
Un proyecto público-privado gigantesco, que enfrentó la catástrofe natural más brutal de nuestra historia: el terremoto de 1960. Con medio país en el piso, y una economía pobre, el país fue capaz de organizar una Copa del Mundo digna, que, al observar el registro de los mundiales, nos permite enorgullecernos. Eran otros tiempos, otros montos, pero ese cuaderno que hasta su muerte guardó Nicolás Abumohor, el tesorero del Comité Organizador Local, donde quedaba claro cada peso que entró y salió, es una herencia invaluable. Porque la honestidad no tiene época.
Son 204 años de vida independiente, donde nuestro deporte, con sus venturas y desventuras, también tiene algo que decir.