Las hermanas Quispe viven aisladas por la cordillera de Atacama, a cientos de kilómetros de Copiapó, cuidan cabras y chivos, preparan queso y son analfabetas.
El hecho real es que en diciembre de 1974 se colgaron de una roca y quedaron unidas como racimo.
El dramaturgo Juan Radrigán, en 1980, sobre esa base construyó la obra "Las brutas".
La primera película de Sebastián Sepúlveda recreará la historia con un secundario de nombre Fernando (Alfredo Castro), fugitivo de la dictadura, que trepa la cordillera en busca de un paso hacia Argentina y aviva los temores de las mujeres, que parten con rumores, pero su sustento es antiguo: lo masculino es un ente omnipresente que se manifiesta como autoridad, carabineros, registro civil o dictadura.
La mención al régimen refuerza la idea de un nudo masculino ancestral y de un gobierno de hombres que oprime a las pastoras coyas.
El personaje y el agregado, eso sí, implican el riesgo de la explicación a distancia: las hermanas Quispe se suicidaron por el clima dictatorial, lo que da como reverso la suposición de que sin régimen militar estarían vivas.
El problema de una tesis facilona es que sella el caso o insinúa su cierre, con un final cómodo: la dictadura es la culpable. Y por tanto no hay obligación de más profundidad, dudas y dedicación, pese a que la historia lo pedía porque en su interior se revuelven corrientes primarias, religiosas, telúricas y mortales.
Las actuaciones, en estos casos, son una parte del todo, pero no bastan.
A Luciana y Lucía las encarnan dos actrices profesionales, y una de ellas, Catalina Saavedra, tiene experiencia en mujeres rústicas y toscas. El aporte de Francisca Gavilán es más refinado, pero se conecta al estereotipo por su papel de Violeta Parra.
La mayor es Justa y la interpreta Digna Quispe, sobrina de las hermanas, y su parquedad y ninguna experiencia actoral capturan el deseo de la película de instalarse en la frontera de la ficción y lo documental. Su relato grita al cielo por lo terrible y maldita que pueden ser las vidas de las pastoras coyas, cuando los hombres bajan del cerro y las toman, rompen y parten.
En los enormes espacios montañosos, donde las palabras no bastan, se escucha pasar la vida de las hermanas Quispe: ignorancia, coraje, vacío y silencio.
No hay más explicaciones y la película no se detiene en el misterio que puso en duda el suicidio colectivo. Un sistema de nudos y amarras enigmático y perfecto que terminó con tres mujeres ahorcadas en un patíbulo de roca.
Tampoco existe lo que completa a las personas, aunque sean brutas, suicidas y analfabetas: un gesto amable, por favor, al menos uno; y una sonrisa a lo largo del relato, al menos una.
En la película faltan dosis de humanidad, admiración, investigación y cariño.
Sobran el determinismo, los prejuicios y el tiro al aire de la dictadura.
Chile, 2013. Director: Sebastián Sepúlveda. Con: Digna Quispe, Catalina Saavedra, Francisca Gavilán. 83 min.