Es lamentable que un proyecto educacional de la profundidad intelectual, de la tolerancia y diversidad programática e ideológica de la Arcis esté llegando a su fin. Extrañaremos su aporte a la ciencia, la cultura y la economía, que nos evoca el que Atila hizo al desarrollo del arte clásico romano.
Las universidades (Ues) sin fines de lucro necesitan para financiarse de filántropos, que los hay pocos; del pago de los estudiantes, que en el caso de la Arcis creían tener derecho a estudiar gratis; del apoyo de los bancos, que tienen esa maldita costumbre de pedir garantías y que la Arcis se las había entregado a un grupo de intelectuales inmobiliarios de izquierda, o finalmente del Estado, que tiene las manos llenas apoyando Ues públicas.
Si a ese cóctel le agrega la competencia con otras Ues bien administradas y financiadas; un sindicato combativo y que el proyecto de crecimiento e inversión lo maneje un partido político que quiere usar la universidad para reclutar y entrenar yihadistas, es una sorpresa que la Arcis haya durado tanto. La verdad es que la Arcis no tenía fines de lucro, sino que tenía fines de pérdidas y no encontró nadie más que se las financiara.
Mientras tanto en EE.UU., donde existe libertad para organizar universidades con y sin fines de lucro (como debiera ser en Chile), la izquierda debió lamentar otra pérdida, la del ex líder sindical y empresario: John Sperling, el "rebelde con una causa". Este es un izquierdista singular de los que no se dan en Chile. De origen muy humilde, se educó en la marina mercante y logró graduarse en la universidad. A los 53 años dejó un cargo de profesor universitario en California e inició un proyecto universitario con fines de lucro que se llamó Universidad de Phoenix, cuyo dueño, el grupo Apollo, se listó en bolsa y llegó a valer millones de dólares. El proyecto se basó en educar a los que nadie quería educar. A los adultos que trabajan y estudian de noche; a los que no pueden asistir a clases, pero pueden educarse a distancia, a los malos alumnos que el resto rechaza. Sperling creía en el valor de la educación para la promoción del ser humano. Por supuesto, el establishment universitario se opuso; "están aterrados" reclamaba Sperling. Como sea, esa competencia flexibilizó la tradicional arrogancia de las Ues tradicionales en Estados Unidos que salieron a competirle por esos que nadie quería educar.
Sperling, sin contar con apoyo estatal ni beneficios tributarios como las demás, con capital propio y del mercado que lo apoyó en la bolsa, creó un imperio educativo que se financió sin platas públicas, que educó a mucha gente y que logró su objetivo de democratizar la universidad, educando a "los que nadie quiere". Sperling, además, financió campañas en pro de la legalización de la marihuana, de la clonación y para mejorar las condiciones de vida en la vejez. Sperling, gracias a su competencia, hizo más accesibles las universidades a los marginados.
Ese es el mérito de la actividad empresarial y que la Arcis no supo reconocer, la única forma de tener éxito en mercados libres es ofreciendo productos y servicios que personas igualmente libres valoren y estén dispuestos a comprar. La moralidad intrínseca de un modelo de mercado es que el éxito personal esta subordinado y condicionado a beneficiar a terceros.
La Arcis fracasó no solo por la desalineación de intereses políticos, académicos y empresariales, sino también porque no fue capaz de ofrecer un servicio educacional que los miles de estudiantes chilenos valoraran y estuvieran dispuestos a pagar. El mercado es cruel y sus servicios eran malos, su administración incompetente y sus dueños renuentes a poner plata buena sobre mala. Así es el mercado, por eso hay tantos interesados en cambiar el modelo por uno que les pague no por lo que producen, sino por lo que creen merecer, que sociabilice las pérdidas entre los demás, y que les proporcione fondos para ser generosos con lo ajeno.