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Editorial
Lunes 01 de septiembre de 2014
Enfoques Internacionales: Nadie ganó en Gaza
Uno de los primeros efectos de la tregua entre Israel y Hamas, que controla Gaza, fue la captura de 20 toneladas de pescado el primer día que se levantó la prohibición de cruzar las tres millas náuticas. Parece poca cosa, pero para los palestinos de la Franja es un paso hacia la normalidad...
Es improbable que la tregua negociada por Egipto inicie una solución de largo plazo. Si no cambian las actuales condiciones, no pasará mucho tiempo antes de que vuelva la violencia. Ni Israel ni Hamas pueden clamar victoria. La imagen israelí quedó deteriorada, las pérdidas de Gaza son cuantiosas en vidas humanas y bienes. Aun así, Hamas no ha desistido de su objetivo de “llegar a Jerusalén”, ni ha reconocido el derecho de Israel a existir como Estado. Tampoco acepta dejar las armas. Israel no renunciará a su obligación de defender a sus habitantes de ataques de extremistas palestinos. Así las cosas, cuando dentro de un mes se discutan los términos de convivencia más allá de la tregua —que incluirán temas de seguridad, reconstrucción, movimiento de personas y gobernanza—, difícilmente se llegará a una solución que garantice la paz en la zona, porque los actores no están dispuestos a terminar el conflicto.
Que Al Fatah, el movimiento que lidera el moderado Presidente de la Autoridad Palestina, tenga un papel en el resguardo de las fronteras entre Gaza e Israel, adquiere sentido cuando se entiende que esa es una manera de involucrarlos en el manejo de la Franja controlada por Hamas.
Europa ha ofrecido ayuda para la búsqueda de “una solución sostenible” —pero pocos creen que pueda hacerlo— y para la reconstrucción del destruido territorio, donde más de cien mil personas quedaron sin hogar, la que se estima necesitará sobre los cinco mil millones de dólares. Mucho más que eso se requerirá para crear confianzas en una de las más conflictivas zonas del mundo.
La irrelevancia de Naciones Unidas y EE.UU. en la solución
Naciones Unidas y EE.UU. estuvieron totalmente ausentes de la negociación del último cese el fuego. El fracaso de Ban Ki-moon, que ofreció una tregua que nadie aceptó, y el de John Kerry, que ni siquiera consideró viajar a la región ante el evidente papel irrelevante que tendría, muestran un cambio en el ajedrez político internacional. Por una parte, es notoria la incapacidad de ONU para intervenir en un conflicto que de requerir resolución en el Consejo de Seguridad, podría recibir un veto.
Por otro lado, se ve que Washington ha perdido influencia en el Medio Oriente, en parte por los fracasos de las intervenciones en Afganistán e Irak, pero también por una falta de voluntad política de la administración de Obama para entrar en conflictos que pudieran asemejarse a los de George W. Bush.
La percepción de que su alianza con Israel es tan poderosa hace difícil en este momento un rol de la Casa Blanca. La lectura es que Washington estaría siempre del lado de Israel, incluso en una operación militar tan criticada como la última. La opinión pública internacional quedó impactada por la ferocidad de la ofensiva de Israel, que no pareció medir las consecuencias de sus ataques en la población civil. El mensaje al mundo, de que es “un pueblo agredido” y que protege a su población de ataques indiscriminados, no fue acogido por espectadores que veían los muertos (2.100, incluidos cientos de extremistas, pero también 400 niños) y heridos palestinos, la destrucción de sus casas y edificios, mientras los ciudadanos israelíes salían indemnes, gracias a un escudo protector que evitaba el impacto de los cohetes. Solo seis civiles israelíes murieron en las siete semanas de conflicto. Después de esta última incursión, la política israelí que tiene como principal argumento su sobrevivencia, rodeado de países hostiles, debe actualizar su mensaje al mundo, porque sus razones de defensa, que las tiene, hoy se ven difuminadas y no son persuasivas.
Egipto como factótum regional
Egipto ha sido un actor crucial en las relaciones entre Israel y los palestinos desde que firmaran el tratado de paz en 1979. Con ese acuerdo, Egipto pasó a convertirse en un aliado relativamente confiable de Israel y en un mediador natural para cualquier problema entre ellos. A pesar de que el nuevo régimen de El Cairo no tiene ninguna empatía con Hamas —cercano a los Hermanos Musulmanes—, no hay un actor más adecuado para mediar en la crisis.
Sin embargo, no escapa al ojo de los observadores que El Cairo sigue sus propios intereses cuando interviene en los conflictos de los vecinos, y muchos tienen que ver con sus problemas internos. Para Egipto, dice Steven Cook en Foreign Policy, es vital mantener encapsulado el problema palestino fuera de sus fronteras, y especialmente a Hamas, que puede llevar inestabilidad al país si interactúa con grupos afines. También quiere evitar que el Sinaí se convierta en un territorio inseguro que caiga en manos de extremistas tipo Al Qaeda. Los egipcios no tienen ningún interés en tomar responsabilidad (política o económica) sobre Gaza, algo que le incumbe a Israel.
Finalmente, desde la época de Anwar Sadat, Egipto quiere liderazgo, y mantener alejado a cualquier otro país árabe —como Arabia Saudita, los Emiratos Árabes o Catar— o Turquía que quieran jugar un rol en la solución al problema de Gaza. Para Hamas, Egipto no es un aliado confiable, sino meramente un facilitador, que en cualquier momento puede cerrar la puerta y, literalmente, todavía no le abre el paso de Rafah. Pero ante la coacción militar de Israel, y la presión política de Egipto, Hamas no tuvo más que ceder. Nadie sabe por cuánto tiempo.