La obra de Nicanor Parra se ha convertido en alimento para los críticos de todas partes: parece haber sido escrita para ser discutida y también es reproducida en los medios. Gran parte de esto surge del arsenal de anécdotas, reales o apócrifas, que rodean su vida privada y que han pasado a ser públicas pese a él. La otra razón para el éxito actual reside en la facilidad con la que, como dicen los franceses, esa poesía puede servirse en cualquier clase de salsa. Sin embargo, por un motivo u otro, quienes discuten a Parra tienden a escribir sobre sí mismos: qué es lo que Parra puede hacer por mí, cómo me afectará, es la premisa en la que descansa buena parte de la interpretación de su corpus. Así, no cabe duda de que el bardo de San Fabián de Alico ha dejado una gran cantidad de trabajo para el analista que quiere embarcarse en esta aventura. Nadie cuestiona que Parra hierve de secretos, pero resulta menos cierto saber si esos secretos tienen alguna importancia. En otras palabras, ¿existe una llave misteriosa y alquímica para penetrar en esos sentidos ocultos o la respuesta está en un enigma infantil menos significativo que el contexto en el cual está sepultado? Uno siempre se acerca a él con la sensación de escuchar sirenas y ver luces rojas titilando en el trasfondo. Y ahí vuelve a encontrarse la renovada grandeza de Parra: ninguno de sus versos puede producir la misma impresión en el lector que lo que el poeta quería. Parra es capaz de pasar todas las pruebas a las que se le somete, aunque esto no parece ser lo que él se hubiese propuesto.
Estas palabras son apenas una introducción a Temporal , definido por el autor como "un poema largo, (...) un libro (...) que (...) está todo hecho en el lenguaje de la tribu y con el tema de la tribu". Parra escogió el más chileno de todos los sinónimos posibles de la lluvia desatada para titular este volumen, escrito en 1987 y perdido durante mucho tiempo, hasta ser felizmente recuperado en el año de su centenario. Pudo haberlo designado "Tempestad", "Tormenta", "Diluvio", pero optó, en cambio, por un hermoso y muy propio vocablo de nuestro pueblo, nuestra cultura de la catástrofe y el desastre.
Como siempre, Parra tiene mucho que decir sobre este ejemplar y, en general, lo dice muy bien: "En este momento estoy casi convencido de que, por fin, se inventó la poesía social (...) vengo desde la literatura hacia la realidad, (...) por fin estoy en la RR, la realidad real". Y es muy cierto que el autor desnuda la hipocresía, la falsedad del lenguaje oficial de las inundaciones, la ridiculez de los partes meteorológicos, los absurdos recuentos de víctimas: "El invierno de 1987/ Es el más crudo de la historia de Chile/ Según informe de última hora/ 280 milímetros en menos de una semana/ Vientos huracanados/ A Más de 100 kilómetros por hora..."; o: "Epidemias y bandas de delincuentes/ Que se dedican a saquear las casas/ Abandonadas por sus propietarios..."; o: "Con razón hace el frío que hace/ Boletín de la Secretaría General de Gobierno..."
No obstante, el punto más alto de Temporal se encuentra, como casi siempre ocurre con Parra, en los fragmentos menos explícitos y, por lo mismo, más estremecedores, siniestros y hasta escalofriantes de este extenso poemario, hasta cierto punto narrativo, hasta cierto punto muy abstracto. "Coro de Damnificados" comienza de este modo: "Nadie se preocupa de nosotros/ A la tortura sórdida de la tierra/ Se suma ahora la tortura del cielo...". A continuación, viene, como una diatriba o una imprecación maléfica, la primera estrofa del Himno Nacional, presentada entre signos interrogativos. En "No culpemos a nadie", el poeta recurre a signos metafóricos, emblemas religiosos y verbalizaciones claras para entregarnos uno de sus mejores momentos de hace dos décadas: "Lo que conviene hacer en estos casos/ Es arrodillarse con los brazos en cruz/ Y exigir que termine la tormenta/ Suplicar es la palabra precisa/ Lo demás es locura/ Mala literatura modernista/ Alguien que hizo todo de la nada/ Quiere que ocurran estas tonteras" (nótese otro chilenismo: "tonteras"). Y al llegar a "En defensa propia" alcanzamos el cénit de estos poderosos versos, teñidos de elementos autobiográficos: "Algunos dicen que es/ El indomable espíritu mapuche/ Quien se expresa a través de mis actos/ Esa es una soberana mentira/ Yo no me identifico para nada/ Con ninguno de los bandos en pugna/ Soy un humilde estero nada más/ Un arroyo pacífico/ Turbio por fuera/ pero cristalino por dentro...".
No todo Temporal logra el nivel de plenitud, brillo y agudo desencanto que predomina en la mayoría de las estrofas y ya es inevitable esperar que Parra salga de repente con chirigotas, deliberadas expresiones vulgares, repeticiones de dichos de la calle. Con todo, su ritmo vertiginoso y su vuelo nos hacen, una vez más, reencontrarnos con la antipoesía. Y es uno de los mejores regalos que Nicanor Parra nos ha dado al estar próximo a cumplir 100 años.