Así pensaba Don Quijote. Ahora, si no hay carnero, cabrito. Y del que asa, con suma arte cibaria, El Txoco Alavés, de Mosqueto, una de las pocas calles santiaguinas que recuerdan esas callecitas madrileñas, cerca de la Plaza Mayor. Es mera analogía, claro. Pero si el viandante encuentra en semejante lugar un restorán como éste, la evocación es inmejorable. Lo cual no es poco decir, en ciudad tan fea -cada vez más fea por la codicia de los constructores de chatarra de treinta pisos- como Santiago: sin alma -desalmada-, sin rincones, sin armonía, tajeada, semidemolida.
Nuestro cabrito fue perfecto; no así el acompañamiento de papas salteadas que pedimos; llegaron papas cocidas, con un espolvoreo de perejil picado. Mal haya. ¿Por qué? ¿Qué costaba? Pero, sin duda, a este restorán ha de venirse a comer cabrito asado.
Y algunos postres espectaculares. Como la tarta de queso, sin masa, que no habíamos elegido, que nos fue impuesta por el garzón. Se lo agradecemos: es una especie de coeur à la crème (dicho con perdón del patrón peninsular), hecha, según pudimos extraerle a una entendida que circulaba por ahí, con queso crema y claras batidas. O sea, coeur à la crème, uno de los más deliciosos postres franceses. Este venía con mermelada de algún fruto rojo. Y ¡esa torta San Marco, una de las maravillas dulces que hemos comido últimamente! ¡Y ese merengue vasco, que nos trajo a la memoria el "despaturrao" de Concepción, pero elevado a la "n" potencia!
Quisimos probar la pantxineta, hojaldre con crema pastelera y otras cosas; pero nos fue negado. Así, simplemente. "Que no estaba bueno ese día, que esto y lo otro". Pero al salir, terminada la comida, vimos que iba la pantxineta rumbo a otra mesa. Habrá que decir que, como consuelo, nos dieron de bajativo un pacharán (escrito así, en cristiano, si me permite) de la casa, rico, rico.
Las croquetas de jamón ($6.000 las 6), muy correctas. Las almejas a la marinera ($8.000), buenas, con su sabrosa salsita. La corvina al compuesto ($9.500), en buen punto de cocción, con camarones y trocitos de palta y tomate: novedoso y agradable. El rabo de toro, correcto. Pero, algo que nos dejó perplejo en todos estos platos: a todos les faltaba un punto de sal; está bien que el restorán cuide la presión sanguínea de sus comensales, pero déjenlos decidir por sí mismos, caramba: no es lo mismo la sal añadida en la mesa.
El otro punto alto: los cocidos (alubias, garbanzos, habas con jamón, lentejas, platos a $7.500), los callos a la alavesa, el enorme chuletón Urtain, para pantagrueles vascos.
Inmejorable ambiente: vale la pena ir casi solo por eso; alegre, pintoresco, con su aire de tasca, sus diferentes planos, su hispánico abigarramiento. Buena atención. Muy, muy recomendable.
Mosqueto 485, 26382494.