Esta película podría ser un retrato de la burguesía en un campo del sur de Chile.
Un territorio donde se palpita el conflicto con las comunidades indígenas y hay destellos de tensión física y verbal entre dos mundos que se explican a grandes rasgos.
El mundo indígena lo componen la servidumbre -nanas y mozos- y una comunidad mapuche cuyos integrantes andan entre murmullos y secreteándose. Hay otro mapuche borracho y está Pedro (Roberto Cayuqueo), empleado taciturno y parco que solo en una escena explica lo que siente: le gusta el punk chileno y los Fiskales Ad-Hok. La escena está filmada como exabrupto cómico o un pedazo de stand up comedy, porque para un veraneante santiaguino, sin duda, esto es parte de lo incomprensible: lo mapuche y lo punk.
El mundo colindante es la alta burguesía, el de Pancho Ovalle (Gregory Cohen) y su linaje, donde el dato reiterativo es su rara obsesión contra las carpas y su afán por pescarlas, dinamitarlas o envenenarlas. Sus amigos son latifundistas y la descendencia no tiene destino, a menos que hereden el campo: los mayores son una tropa de gente fiestera, volada y patética; los niños son crueles y las niñitas están para el cuadro o la foto.
Este retrato está contaminado por la presencia de Manena (Francisca Walker), la hija del latifundista, que sufre varios despertares al mismo tiempo: al mundo del sexo, al de la conciencia social y a la verdadera naturaleza de sus padres.
Todos estos despertares, como diría un antipoeta centenario, son hasta por ahí no más.
Son sin consecuencias ni resultados y aunque apuntan a la desilusión, tampoco hay daños ni siniestros involucrados.
Y si algo puede haber es del tipo crecimiento interior, es decir, algo imposible de ver y comprobar, que es como el título "El verano de los peces voladores".
Para un director inglés de los años 60, de los llamados iracundos, el resultado final era Manena envenenando a los burgueses.
Para uno de la Nueva Ola francesa, la conclusión es Manena enamorada y embarazada que huye con un mapuche revolucionario.
Y en la camada latinoamericana afín al melodrama, Manena le prende fuego al campo, pide perdón al cielo y se lanza de un risco.
Hay muchos ejemplos donde pasan cosas.
En la versión nacional, en cambio, finalmente no pasa nada.
La energía narrativa de "El verano de los peces voladores" está enfocada en la elusión.
En evitar el conflicto duro y en eludir los escenarios tensos y políticamente incorrectos.
Esta película, en principio, está en el corazón de un drama ancestral, pero sus códigos son las diagonales, las astucias, las partes blandas y lo atmosférico del sur: bruma, cortes de luz, niebla, lluvia.
Los personajes quedan a medio terminar, las conclusiones en el aire, no se rompen huevos y en vez de un relato salvaje, franco y cortante, la película prefiere los senderos esquivos, las señales indirectas y los implantes alegóricos.
Chile, 2013. Directora: Marcela Said. Con Francisca Walker, Gregory Cohen, Roberto Cayuqueo, María Izquierdo. 85 min. TE.