Los hermanos son, sin duda, una enorme fuente de afecto, seguridad y diversión, de alianzas y de muchos buenos recuerdos. Ellos son también fuente de apoyo, compañía y contención en los momentos difíciles. En la convivencia durante la infancia, junto con los espacios de encuentro y de juego, se producen conflictos por el espacio, por el afecto de los padres y por el uso de las pertenencias familiares. Habitar el mismo espacio tiene aspectos muy positivos pero también genera conflictos. Todos los padres quisieran que sus hijos tuvieran una relación estrecha, sin embargo, al ser todos los niños diferentes, es altamente probable que además de las naturales peleas entre hermanos, la interacción esté marcada por diferencias, celos y desencuentros. A pesar de esto, los vínculos fraternos que se crean en la infancia son lo que a la larga mantienen a las familias unidas. Por ello, es fundamental que los padres tengan una actitud activa de cuidado, protección y promoción de estos vínculos.
Dar espacio para las diferencias y para la relación uno a uno entre padres e hijos es central, ya que hace que los niños se sientan atendidos en forma individual, disminuyendo los celos. Paralelamente, hay que mantener los espacios que favorezcan la unión fraterna, como los paseos, los ritos familiares, las celebraciones de cumpleaños y las comidas.
Las peleas entre hermanos pueden tener un lado positivo. En ellas los niños aprenden a expresar sus emociones, a regular sus rabias y a buscar soluciones alternativas, constituyéndose así en un espacio de aprendizaje de las competencias sociales. Aprender a enfrentar conflictos y a tolerar diferencias es esencial para enfrentar con éxito la vida social.
Esta columna la motivó la lectura del extraordinario libro "El cerebro de mi hermano", del escritor mexicano Rafael Pérez Gay. Frente a la muerte de su hermano mayor, un reconocido filósofo, el autor escribe una reflexión sobre la vida, la enfermedad y la muerte, rescatando de una infancia difícil todo lo que su hermano le aportó.
Para favorecer la relación entre hermanos los padres deben evitar las odiosas comparaciones, que solo generan distancia. Es preciso lograr valorar y visibilizar a cada hijo, sin estimular la competencia que hace tanto daño en las relaciones fraternas. Fomentar la cooperación a través de tareas simples puede ser un camino. Poner énfasis en reconocer los espacios de encuentro y las expresiones de afecto entre ellos, ayuda a que los niños se perciban como buenos hermanos.