Se equivoca varias veces el ministro Burgos al sostener: "Los chilenos no estamos orgullosos de la actitud de la dictadura en la Guerra de las Malvinas". Nadie, ni el ministro, no obstante el respeto que me merece, es titular ni tiene el monopolio del orgullo nacional, que pertenece a los ciudadanos, a sus antepasados y descendientes. Arrogarse el orgullo nacional es chocante.
El ministro debe considerar las gravísimas circunstancias pa- ra Chile en que se produjo la Guerra de las Malvinas, la transgresión al derecho internacional de la invasión argentina, y la justificada y limitada participación chilena en ese conflicto.
Conocidas fueron las amenazas del Presidente Galtieri desde la Casa Rosada frente a un público eufórico, y las del general Menéndez: ambos declararon que la próxima invasión sería en las islas chilenas entonces en disputa. Además, se conocían planes de sus estados mayores para realizarla, y frescos estaban los acontecimientos parabélicos de 1978. Esas provocaciones, planificadas en contra de Chile (Informe Rattembach, 578) y concretadas en contra de Gran Bretaña, fueron proferidas en un momento de especial peligro para Chile. Dos meses antes de la invasión, Argentina denunció el Tratado de Solución Pacífica de las Controversias, suscrito por el Presidente Allende en 1972; no había aceptado la propuesta del Papa Juan Pablo II para solucionar pacíficamente el conflicto austral y había declarado casus belli si Chile recurría a la Corte Internacional de Justicia para hacer cumplir el fallo que Argentina había decretado insanablemente nulo.
¿Qué más evidencias para afirmar que la obligación del Gobierno y de las Fuerzas Armadas de Chile era proteger a los chilenos y a su territorio, y prevenirse a lo menos procurando y compartiendo con Gran Bretaña información de inteligencia? Ningún soldado ni armamento chileno intervino en Malvinas. El embajador en Buenos Aires, Sergio Onofre Jarpa, dio públicamente esa garantía, que fue escrupulosamente respetada por el Presidente Pinochet. Además, Chile mantuvo entonces el reconocimiento de los derechos argentinos sobre Malvinas en los foros internacionales, y su Armada participó en el salvataje del naufragio del "Belgrano".
Los mismos aviones argentinos que bombardeaban a los británicos podrían haber cambiado rumbo y bombardearnos en esos mismos días, y con seguridad en los siguientes, si prosperaba la invasión de Malvinas.
¿Podría algún gobierno responsable haber permanecido inerte ante esos peligros inminentes o, como lo sugiere el ex senador Ominami, haber apoyado la invasión argentina, cuando el paso siguiente era Chile? Se equivocan el ex senador y el ministro.
La participación chilena en el conflicto de Malvinas fue prudente, en legítima defensa y no corresponde pedir excusas.