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Cartas
Sábado 23 de agosto de 2014
Viven
En un día como ayer, hace cuatro años, la voluntad, la fe y la unidad de todos los chilenos movieron montañas y nos permitieron encontrar, sanos y salvos, a nuestros 33 mineros.
El accidente en la mina San José ocurrió el 5 de agosto del 2010. Recuerdo con emoción mi primer encuentro, en el naciente Campamento Esperanza, con las esposas, hijas, madres y familiares de los 33 mineros que habían quedado atrapados a 800 metros de profundidad, bajo toneladas de roca, en una pequeña mina, en el desierto más árido del mundo. Sus rostros expresaban angustia y dolor, pero también fe y esperanza. Querían un compromiso del Presidente.
Fue entonces, en esas angustiosas circunstancias, que asumí ante ellos el más firme y profundo compromiso que como Presidente y como padre podía asumir: "Los vamos a buscar como si fueran nuestros propios hijos". "Haremos todos los esfuerzos humanamente posibles, golpearemos todas las puertas disponibles, pediremos todas las ayudas necesarias, pero sobre todo rezaremos con fe, porque sus vidas están en manos de Dios".
Fueron 17 días de angustia y dolor, pero también de fe y esperanza. No sabíamos dónde estaban. No sabíamos si estaban vivos o muertos. Pero nuestra fe y voluntad y la de todos los chilenos, por buscarlos y rescatarlos, fue inquebrantable y literalmente movió montañas.
El 22 de agosto del 2010 fue un día de muchas emociones. Esa madrugada murió mi suegro. Y sus últimas palabras fueron: "Están vivos, búscalos, encuéntralos y rescátalos". Esas palabras y una profunda intuición me hicieron partir esa mañana rumbo a la mina San José y encontrarme al llegar con la buena nueva: "Estamos bien, en el refugio los 33".
Junto a todos mis compatriotas sentimos una enorme alegría y un legítimo orgullo. Lo que había comenzado como una tragedia, estaba terminando como una bendición. Nos habíamos jugado por la vida. Lo habíamos hecho con voluntad, fe y unidad. Habíamos hecho lo humanamente posible y habíamos cumplido nuestro compromiso con los mineros y sus familiares, y también con los chilenos y el mundo entero.
Era el tiempo de agradecer con humildad a Dios, a quien nos habíamos encomendado en tiempos de angustia y dolor, y ahora reconocíamos, en tiempos de alegría y esperanza.
Sebastián Piñera Echenique