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Editorial
Martes 19 de agosto de 2014
El general (r) Ricardo Izurieta
El país y el Ejército honran en esta hora su deuda de gratitud con un jefe distinguido, de creencias firmes y estilos austeros, que en los años de su retiro de la institución mantuvo su ascendiente de ejemplar referente moral...
La gestión de mando (1998-2002) del general (r) Ricardo Izurieta Caffarena se consideró siempre uno de los desafíos más complejos de la transición chilena. Casi una década después de la restauración democrática, hubo de suceder en el mando del Ejército al general Augusto Pinochet, cabeza de la institución durante, nada menos, un cuarto de siglo de coyunturas excepcionales. Elegido después de una cuidadosa búsqueda, el nuevo comandante en jefe reunía, por una parte, el ascendiente de su brillante trayectoria profesional, y fuerte tradición militar familiar; y, de otra, fortaleza e independencia de carácter, estilo sobrio e instinto del buen juicio.
Todas estas características se volvieron más que necesarias en años que, desde la perspectiva de la principal institución castrense, no fueron nunca fáciles. Baste señalar lo que significó el encarcelamiento en Londres de Pinochet -con el clima emocional suscitado en el país y en el mundo, y su lógica repercusión en el Ejército- y las demandas frente a las responsabilidades por las violaciones de los derechos humanos que desembocaron en la Mesa de Diálogo. En estas graves vicisitudes, el general Izurieta respondió por una institución cohesionada y obediente, que realizó un aporte significativo a la paz social y a la unidad nacional para superar las diferencias del pasado, insistiendo en la aplicación de la Ley de Amnistía en su sentido original. Mediante una persuasión pedagógica, que alcanzó los ámbitos más remotos de la geografía y de las actividades nacionales, el jefe militar desplegó la doctrina de siempre del Ejército, su vocación de servicio a toda la sociedad chilena, por lo cual, aseguró, "resulta tan ajeno a nuestra naturaleza que un soldado tome partido por uno u otro sector de la sociedad, como asimismo incomprensible nos resulta que determinados sectores se atribuyan cercanía o lejanía respecto al Ejército".
El foco de su mando se concentró en la modernización institucional, tarea vasta e indispensable, que significó reformular casi el cincuenta por ciento de los antiguos regimientos, desde entonces desplegados en unidades de mayor tamaño y de integración de todas las especialidades, dotadas de autonomía y movilidad para los efectos de un desplazamiento eficiente. Con todo, muchas ciudades chilenas perdieron en este proceso su condición de albergar una guarnición militar, delicado proceso de naturales resistencias que el general Izurieta manejó con tino y altura, tras el objetivo del mayor rendimiento de los mismos recursos del presupuesto ordinario, obligado, asimismo, como estaba, a cubrir además los gastos de los nuevos sistemas de armas. En paralelo, la institución redujo en una proporción significativa el número de sus oficiales y cuadro permanente, sin perder de vista su misión fundamental de garantizar la integridad territorial y la soberanía del país con una disuasión efectiva y la preparación más adecuada e integrada de sus valiosos recursos humanos.
El país y el Ejército honran en esta hora su deuda de gratitud con un jefe distinguido, de creencias firmes y estilos austeros, que en los años de su retiro de la institución mantuvo su ascendiente de ejemplar referente moral.