El Instituto Nacional -cuyo 201° aniversario recién se ha cumplido- es calificado con razón entre los establecimientos de educación emblemáticos de nuestro país. Lo es, porque, como dice su himno, fue "el primer foco de luz de la nación", fundado cuando aún se luchaba en los campos de la Patria Vieja. Desde entonces ha sido formador de jóvenes que allí recibieron "las luces de la educación" en el decir de fray Camilo Henríquez. Decenas de generaciones juveniles, de las más variadas vertientes sociales y políticas, se hicieron hombres de bien en sus viejas aulas, ocupando muchos de ellos destacados niveles en el quehacer nacional.

Ese instituto, orgullo de la educación pública chilena, se ha deteriorado física y espiritualmente en los últimos tiempos. Un reducido grupo de alumnos, que no han asimilado el modo de ser institutanos, con violencia ocuparon sus instalaciones, parte de las cuales destruyeron, impidiendo la realización de sus cursos, es decir, la razón de ser del colegio. Ocurrió ante la pasividad de las autoridades que han pactado con quienes realizan estas acciones un increíble protocolo que regula las formas de cometer actos que el Código Penal califica como delitos de efectos permanentes.

Los interesados en matricular a sus pupilos en el Instituto Nacional han decrecido, pues ha dejado de ser lo que fue por tantos años. El primer foco de luz de la nación es hoy una luz que agoniza.

CORUSCO