Todos nos equivocamos y los niños no son una excepción. Para ellos, sentir la presencia de personas que los acompañan y los miran amorosamente cuando las cosas no caminan bien, que les muestran el camino cuando se equivocan y que les perdonan sus errores, es tremendamente fortalecedor para cambiar, seguir caminando y empezar de nuevo.
A veces sucede que los padres se enojan demasiado cuando los niños se equivocan, corriendo el riesgo de ser excesivamente severos y en ocasiones hasta despiadados, olvidando que la disciplina debe ponerse desde la serenidad. Si esto sucede, los hijos perciben las medidas disciplinarias más como una catarsis de padres sobrepasados que como una medida educativa. Así, junto con dañar al niño con conceptos que pueden ser muy humillantes, se deterioran los vínculos padre-hijos.
Un niño de doce años recuerda, con rabia, el comentario descalificador de su padre cuando le mostró su libreta de notas: "Bien mediocres, como de costumbre. Si sigues así serás un don nadie. Podrías aprender de tu hermana". Por supuesto, este comentario no generó el efecto buscado por el padre, de incentivarlo a estudiar, y produjo una gran distancia emocional entre los hermanos.
El único amor incondicional que existe es el de los padres. Los niños necesitan sentirse queridos y valorados a pesar de los errores que puedan cometer, lo que les da un vínculo seguro y un contexto emocional contenedor que les permitirá crecer. Los niños necesitan del perdón cuando han fracasado o se han equivocado. Una mirada amorosa puede devolver al niño la confianza en sí mismo, en su capacidad de reparar el error; le dará la esperanza de que puede aprender a hacer las cosas bien. Cuando se está triste, avergonzado por alguna acción, o a lo mejor humillado por una experiencia fracasada, el contar con padres comprensivos y aceptadores, que no se cansan de perdonar y enseñar, es una garantía de que ese niño aprenderá de sus errores y no caerá en la desesperanza.
Es necesario reconocer que los niños son más que las equivocaciones. La humillación es un acto que transforma a los niños en víctimas, y que puede acostumbrarlos a ser víctimas del maltrato y a no exigir el respeto que se merecen en las relaciones interpersonales.
Cuando los hijos tienen certeza del amor de sus padres, no tienen miedo de reconocer sus faltas y pueden enfrentar mejor sus dificultades. Tener padres que saben perdonar y que enseñan amorosamente, ayuda a que aprendan a ser personas compasivas y a perdonar.