Vamos a extrañar los estadios repletos, impecables, coloridos y ordenados. Aunque lo de su aforo no sea un lamento inconsolable, porque es preferible que estén vacíos a que en sus graderías se aposten delincuentes y pelusones, como sucede en varios recintos chilenos.
Vamos a extrañar a todos los equipos jugando con la abierta disposición a ganar o al menos a superar al rival. Porque si bien la comparación puede sonar forzada por las particularidades de los campeonatos, acá todos nos conocemos de memoria y sabemos quiénes salen a ganar y quiénes lo hacen a rescatar un punto o a perder dignamente.
Vamos a extrañar a las grandes figuras que por sí mismas atraigan la atención y convoquen no solo a los hinchas de su equipo. Pregúntese por cuál jugador de cualquier club nacional usted estaría dispuesto a pagar una entrada solo para verlo a él. Es cierto: el fútbol es un deporte colectivo, donde difícilmente se gana por sí solo. ¡Pero vaya que ayudan los ídolos, las individualidades, los futbolistas carismáticos, para que el espectáculo se enriquezca!
Vamos a extrañar a los jugadores y técnicos con sentido de espectáculo y ubicación que entienden que sus comentarios y opiniones les importan a los hinchas o que están obligados a hacerlo porque si no, se arriesgan a pagar una fuerte multa. Aunque esta queja es complementaria, pues a veces, después de escucharlos, uno se arrepiente de malgastar el tiempo esperando que se dignen a hablar.
Vamos a extrañar a los asistentes de línea precisos, cuasi perfectos, infalibles. Y esto, más que una pena, es una demanda: ojalá los linesman chilenos hayan aprendido algo durante este Mundial: cuándo levantar la bandera, cuándo esperar para alzarla y cuándo colaborar con el árbitro en lugar de hacerse cobardemente los desentendidos.
Vamos a extrañar la ausencia y silencio de los dirigentes que saben que su función no es la vocería, sino que la gestión. Aunque acá buena parte del pecado es de la prensa, que les presta el micrófono para que le pongan algo de enjundia a un clásico desabrido o analicen técnicamente un partido, porque al entrenador después de la batalla del domingo le dio con que habla el martes.
Vamos a extrañar el Mundial. En su completitud, pese a sus acomodos manifiestos y componendas encubiertas. Claro que sí. Pero quedarse atrapado en sus imágenes es como vivir en permanentes vacaciones. Y salvo algunos afortunados, nadie puede... En un par de días comienza el Apertura y habrá que reacomodar la mirada, asumir que nuestra realidad está distante a la ensoñación mundialera, como la mayoría de los países que estuvieron en Brasil, y que el populista eslogan del "es lo que hay" habrá que internalizarlo como lo hace cualquier consumidor con su producto, cualquier hincha con su equipo. Mal que mal, por ellos nos desvelamos semana a semana y no cada cuatro años.