Delibes conocía, reconocía y admiraba la inmensidad de Wagner -"Lakmé" (1883) y "Parsifal" (1882) son coetáneas-, pero declaraba que su camino era otro, aunque no se privó de un refinado uso de ciertos temas musicales que denotan buena comprensión del Leitmotiv wagneriano, aquí sutilísimamente galicado y dosificado. Delibes fue a muchos respectos un maestro, no entre los más grandes, pero sí con un lugar merecidamente ganado. No por nada, atravesando décadas de alejamiento de las preferencias de la crítica, el público internacional nunca suprimió enteramente a "Lakmé" del repertorio. Al Teatro Municipal vuelve desde su última presentación en 1904.
Las alusiones al orientalismo exótico en esta producción son casi nulas: la propuesta escénica crea un universo "discretamente orientalizante", explica el régisseur Jean-Louis Pichon. Pero esa moderación resulta excesiva.
Visualmente lo más logrado es el vestuario -del francés Jérome Bourdin-, tanto por méritos propios como por el fuerte contraste que produce frente a una escenografía simple y estática, también de Bourdin. Son una serie de círculos concéntricos que visualmente forman un túnel proyectado hacia fondo del escenario. El resultado: no se aprovechan los recursos ni dimensiones del teatro. En el centro, la única figura de alusión india: un "prabhamandala", círculo universal que generalmente rodea la figura de Shiva, pero que aquí se reemplaza por la diosa Dourga (final del segundo acto) y es usado también para enmarcar la figura de Lakmé en algunos pasajes solemnes.
Vocalmente, destaca la soprano chilena Patricia Cifuentes, a la altura del virtuosismo deslumbrante que demanda el rol protagónico. Se mueve con facilidad en el tercio agudo, atiende a la pirotecnia vocal, domina los piani y trinos (ovación en "Où va la jeune Hindoue"), sin desatender la declamación cantada, que en "Lakmé" se trasmuta insensiblemente en vastos despliegues melódicos.
Otro punto alto fue el barítono chileno Ricardo Seguel. Con buen manejo expresivo, retrata correctamente la figura vengativa y fanática de Nilakantha y a la vez, el amor paternal en "Lakmé, ton doux regard se voile". El tenor francés Christophe Berry fue un Gérald de menos a más. Sin un gran volumen ni proyección vocal, entrega con éxito la dulzura de su línea vocal, sin excederse en suavizamientos. Lograda interpretación de la difícil Cantinela del tercer acto.
La mezzosoprano Gloria Rojas -generalmente en el coro, pero ahora solista- presta cuidadosa atención a los detalles expresivos. Muy bien en el duetto "Sous le dôme épais" del primer acto. Correctas las interpretaciones del tenor chileno Nicolás Fontecilla (Hadji), y de los solistas "ingleses", que mantienen un correcto equilibrio, para no caer en la caricatura bufa.
Buen desempeño del coro y la Orquesta Filarmónica, dirigida por José Luis Domínguez.