¿En qué país queremos vivir? Así titulaba una columna aparecida el domingo del ex Presidente Piñera. Se trataba de un texto en el que criticaba, con polémica exageración, las orientaciones del actual gobierno.
Hasta ahora, los ex presidentes habían respetado una tácita regla de deferencia y de silencio respecto de quien los sucedía. Fue el caso de Pinochet respecto de Aylwin; de Aylwin respecto de Frei; de Frei respecto de Lagos; de Lagos respecto de Bachelet; de Bachelet respecto de Piñera. Pero no fue el caso de Piñera respecto de Bachelet.
¿Por qué? ¿A qué se debe que el ex Presidente haya infringido de manera tan flagrante esa regla no escrita?
Salta a la vista, para cualquier lector, partidario suyo o no, que el ex Presidente no tenía nada especial que decir. Su texto era predecible y repetía dos o tres exageraciones: la queja de estatismo, el temor por el ahogo de la libertad y otras originalidades de la misma índole. Al ex Presidente, pues, no le interesaba comunicar, o revelar, nada en especial. No tenía, la verdad sea dicha, nada que decir.
¿Qué quería, entonces?
La lingüística, ocupada en describir para qué sirve el lenguaje, descubrió hace tiempo que los seres humanos -y por tanto, también los políticos- usan el lenguaje no solo para comunicar contenidos. A veces lo emplean para un objetivo que parece más modesto pero que en política lo es casi todo: para mantener la comunicación, para cerciorarse de que hay alguien al otro lado y para que el otro sepa que del lado de acá hay alguien también. Jakobson (Lingüística y poética, 1960) llamó a este aspecto del acto lingüístico función fática. Se trata, observa Jakobson, de una función que predomina en los niños cuando preguntan cosas (por eso, sin importar lo que el padre responda, el niño se queda feliz: él simplemente quiere comunicarse, hacer saber que está ahí).
Ese fue el caso sorprendente del texto del ex Presidente, quien, por supuesto, no es un niño, sino un político ambicioso como pocos. Él quería aparecer como un sujeto de discurso, justo cuando la derecha no tiene ninguno. Su columna fue equivalente a alzar la voz en medio de una reunión enmudecida, a asumir el liderazgo en una reunión de tímidos.
Así, la columna del ex Presidente Piñera, a pesar de su contenido manifiesto, no tenía como destinatario al gobierno, que era aparentemente el objeto de sus críticas, sino que estaba dirigida a los partidos de derecha. Tenía por objeto poner de manifiesto, y subrayar, que sus partidos estaban silentes, pero él no; que ellos no eran sujeto de discurso, pero él sí; que él no es un ex presidente, sino un candidato.
Algún día se escribirá acerca de la tortuosa relación del ex Presidente Piñera con los partidos de derecha. Y se encontrará la explicación de por qué ocurrió que, apenas transcurridos cuatro años desde su triunfo electoral (el segundo que la derecha alcanzó en casi un siglo, nada menos), la derecha esté silente y dividida, y sea él, en cambio, quien saca la voz. No es la primera vez que la derecha está exánime. Sucedió ya una vez luego del gobierno de Jorge Alessandri; pero allí la razón fue otra. Entonces, los vientos de la revolución casi borraron del mapa cualquier cosa que no llevara su nombre. En esta ocasión, en cambio, esos vientos no soplan y fue el propio ex Presidente Piñera quien actuó a contrapelo de los partidos y de las élites que habían predominado en ellos, hasta disminuirlas al nivel de la insignificancia.
En la literatura (vid. Freud, Algunos tipos de carácter dilucidados por el trabajo psicoanalítico ) se analiza el caso de quienes "fracasan al triunfar". Se trata de esas personas que sienten que han llegado más lejos que su padre y los asalta entonces un intenso sentimiento de culpa y se deprimen cuando suben al podio. El caso del ex Presidente Piñera es el opuesto. Se trata del caso de quien triunfa cuando fracasa. El desorden de la derecha, la división que ella padece y la mudez ideológica que experimenta luego de su gobierno -en suma, su propio fracaso- son, aunque suene paradójico, al mismo tiempo su triunfo, porque, de seguir así las cosas, no habrá nadie más que él, en cuatro años más, capaz de ser el candidato.
Y para asegurarse de eso, él ya comenzó su campaña.