Los niños son animales de preguntas. Su entorno es un puro enigma palpitante, que los mantiene en alerta permanente. Ya adulto, cuando miro los ojos de una guagua de pocos meses, me parece ver sus ojos cargados de interrogantes y asombros, abiertos como enormes ventanas que, después, con el crecimiento, van menguando y entornándose con lentitud e invisibilidad, dando espacio a otros estados en nuestra conciencia, incluso para uno tan tardío y no menos humano como lo es el rememorar.
Así, podría decirse que la capacidad en el adulto de hacerse preguntas verdaderas es una manera de conservar esa apertura infantil hacia el mundo. Pero lo que convierte en enigmático un contenido (y mueve a hacerse preguntas, investigar y ensayar respuestas) son las promesas y premios que su resolución ofrece a quien se encuentra ante el enigma.
Creo que la aproximación de los niños a la lectura puede explorar esa necesidad infantil. Ante todo, la lectura es, en sí misma, la resolución de un enigma: esa serie de pequeños dibujos negros dispuestos sobre la página (como los que repletan este diario), ¿qué significan? ¿Cómo es que ese conjunto de figuritas negras que desfilan sobre la línea "dicen" algo que otras personas entienden? Leer es descifrar signos. Quien no sabe leer permanece ignorante de un mundo que se encuentra ante sus ojos y que otros, no obstante, pueden ver. El lector es siempre una suerte de pequeño Alan Turing, un criptógrafo ansioso, un detective que emplea su análisis e inteligencia para acceder a un conocimiento relevante, atractivo, prometedor.
Creo también que no es casual que uno de los géneros más comunes en la iniciación a la lectura (y que en abundantes casos -también el mío- perdura hasta la madurez) sea el relato policial, la novela o cuento de crímenes y detectives, en sus distintas variantes, sobre todo en la forma que le dieron sus dos maestros fundadores, E.A. Poe y A. Conan Doyle. En este tipo de narración la existencia de un "enigma" (el crimen) juega un elemento estructural que, a la vez, opera como desafío al intelecto del lector y una manera de retener su atención, creando misterio y suspenso.
Mañana se estrena en la televisión chilena una exitosa serie británica que recrea las aventuras del Padre Brown, el extraordinario y sagaz detective inventado por el británico G.K. Chesterton (también creó otro, Gabriel Gale, un poeta que usa extravagantes métodos investigativos en "El hombre que fue jueves"). Un buen motivo para ser niños otra vez.