Preguntado por un periodista por qué los primeros proyectos de la reforma educacional no atacaban los problemas que aquejan a la calidad de la enseñanza en el aula y la escuela, el ministro Nicolás Eyzaguirre respondió: "Lo que estamos cambiando son las reglas del juego. Cuando se tiene en economía reglas del juego claras, predecibles, con incentivos bien puestos, con fomento a la innovación y creatividad, recién entonces se puede bajar al nivel de cada empresa y evaluar qué se necesita en cada caso. La macro no basta para que funcione bien la micro, pero la micro no funciona bien sin la macro. Primero estamos en la macro en materia de educación y en el segundo semestre abordaremos la micro".
La respuesta del ministro deja de manifiesto algo que va más allá de la educación: revela una visión general acerca de cómo funcionan y cambian las sociedades que está ampliamente diseminada. Por eso mismo, conviene detenerse en ella un instante.
El ministro Eyzaguirre da por hecho que las sociedades poseen regularidades y secuencias, que estas se pueden conocer de antemano y, por consiguiente, que los efectos de un cambio cualquiera se pueden perfectamente pronosticar. Esto va de la mano con la convicción de que existiría un deus ex machina o factor que explica y sobredetermina, por sí solo, la conducta de los agentes sociales. De esto se deriva la certeza de que basta transformar ese factor para provocar un cambio en gran escala -un "cambio estructural", como se llamó en otros tiempos-. Para los marxistas eran las relaciones sociales de producción; para los neoliberales la reducción del Estado; pero ahora unos y otros concuerdan en que el deus ex machina o factor rector serían las instituciones o reglas del juego. Un ejemplo deslumbrante de este raciocinio es el que Daron Acemoglu y James A. Robinson proveen en su libro "¿Por qué fallan las naciones?", que entre los economistas produjo casi tanto furor como el de Piketty. El tipo de instituciones existentes -afirman- es lo que "explica los principales contornos del desarrollo económico y político en el mundo desde la Revolución Neolítica". Por consiguiente, si se quiere saber por qué fallan las naciones en su camino hacia el desarrollo, la cosa es simple: examine sus reglas del juego. Y si quiere avanzar en tal dirección, es aún más fácil: cámbielas.
Cuando el ministro Eyzaguirre sostiene que no se puede atacar la calidad de la educación que se imparte en la escuela (lo micro) sin cambiar antes las reglas del juego (lo macro), está siendo rigurosamente fiel al enfoque descrito. Lo primero es lo primero: las instituciones, en particular las que definen la estructura de propiedad y de incentivos económicos. Recién después se puede pasar a la etapa siguiente, cuando habrá que vérselas con las prácticas de los agentes educacionales (profesores, alumnos, apoderados, sostenedores), aunque sabiendo que ellas están sobredeterminadas por el marco institucional.
Cuando se trató de justificar las "terapias de shock " efectuadas en regímenes autoritarios, alcanzó amplia popularidad la noción según la cual el cambio sigue ese curso secuencial que va desde las instituciones hacia las prácticas de los agentes. Lo mismo se hizo en el caso Transantiago, que tuvo la misma inspiración: dejó lo micro (y las micros) para el final. Pero las cosas no funcionan así en sociedades complejas y democráticas, especialmente cuando se abordan cuestiones tan sensibles como la educación.
Uno de los primeros críticos del sistema educacional actual, el senador Carlos Montes, ha señalado que "la reforma educacional tiene que ser de abajo para arriba, desde la escuela", lo que no ve en los proyectos presentados. Pareciera que el Gobierno y el ministro Eyzaguirre así lo han comprendido. En buena hora.