Certera fue la intuición de Luis Rivano al tomar como tema de esta obra la detención por sospecha. En 1980, cuando la escribió, el sistema parecía natural y la violencia en los interrogatorios se entendía como necesaria, pero él pensaba que no lo era. Dieciocho años después, en 1998, se reguló el control preventivo y la detención sólo se autoriza en caso de delito flagrante.
El Yayo, ladrón avezado y con experiencia en detenciones, se queja de haber sido tomado preso cuando no estaba haciendo nada, sólo por tener ficha. Peor es la situación del maestro Jiménez, obrero de la construcción, estucador de primera, que fue tomado sólo por estar en cuclillas mientras esperaba micro. Es cierto que ésa es la posición en que descansan los reos en la cárcel y los detectives supusieron que tenía prontuario, pero él nada había hecho. Distinto es el caso del Rucio, a él sí que lo pillaron robando una pequeña radio a pilas, pero la forma en que vuelve a la celda golpeado y sangriento después del primer interrogatorio es inaceptable. Sin embargo, el mismo maestro Jiménez encuentra que está bien que a los ladrones los golpeen, roban lo que ha costado ganar y, según se ve por lo consejos que el Yayo le da al Rucio, ellos siempre negarán todo.
La obra es realista y Rivano aplica aquí observaciones de primera mano. La dirección de Carlos Huaico acentúa la caracterización de personajes y la ambientación popular. Huaico es también músico, supo aplicar el efecto emotivo que tienen los boleros y graduó el ritmo de los diálogos; cuando los personajes entran al terreno de las evocaciones, tanto el ritmo como la iluminación se atenúan. Guillermo Ganga da una textura que sugiere deterioro y humedad a las murallas de esa celda.
Los personajes tienen rasgos contrastantes, lo que acentúa el dramatismo. El Yayo es un "choro" de barrio, se las sabe todas, mira con desdén a los que trabajan y se siente orgulloso de ser un hábil ladrón. El personaje es representado por Gabriel Urzúa, cuyos movimientos de malevo de tango, ropa atildada, patillas delgadas y mirada de soslayo construyen un personaje que linda en la exageración, pero que es efectivo en su papel. A su lado el maestro Jiménez se ve tranquilo, es un estucador de primera que heredó de su padre, un minero de Lota, el sentido del trabajo y la responsabilidad social; Mario Bustos lo representa con justa sobriedad. El tercer personaje ha de verse débil, es un muchacho muy joven, hijo de un profesor despedido de su trabajo por razones políticas. Nunca había robado y lo pillaron en su primer intento. Es tímido, inseguro, incluso lloroso; lo representa en sus rasgos básicos el actor Rodrigo Jiménez. En un primer momento, el Yayo y el maestro Jiménez se enfrentan, pero luego se produce entre ellos y el Rucio un sentimiento de solidaridad. La obra adquiere fuerte dramatismo en la escena final en la que, por la cobardía y traición del Rucio, esa solidaridad se rompe.
Hoy vemos la obra como una descripción de lo que puede pasar en un calabozo con detenidos por sospecha y estamos de acuerdo en la crítica al exceso de violencia en los interrogatorios. Sin embargo, para muchos espectadores del año 1980, lo que ahí se veía era otra cosa, algo que no se decía directamente, pero que podía entenderse. La detención por sospecha se hacía no sólo a delincuentes comunes, y la violencia de los interrogatorios no era sólo con golpes. En la obra, el Yayo sabe que se aplica electricidad en las partes genitales, que en algunos casos se les ha pasado la mano y el cuerpo apareció después en algún basural, y, sobre todo, sabe que en ese tiempo, 1980, se habían introducido médicos a los interrogatorios para impedir la muerte. En esos procedimientos, la finalidad era obtener nombres de otros implicados. Luis Rivano hizo aquí un juego en doble plano. Con su tono popular y observaciones sobre lo que hacen estos tres hombres sencillos en una celda, la obra podía verse sólo como eso, pero sus sugerencias, veladas, aludían a otro plano, con otras connotaciones y mayor dramatismo.
La obra fue incluida en "Antología: un Siglo de Dramaturgia Chilena, tomo III, 1973-1990", conmemorativa del Bicentenario. Luis Rivano ha salido de la condición de escritor cuyo mérito estaba en las buenas descripciones de ambientes populares y se ha instalado hoy en una primera línea de la dramaturgia nacional.