Esta es la octava película de Alejandro Jodorowsky en más de 50 años. Quizá por eso, tiene un aire testamentario, un aspecto de recapitulación personal y recuperación del pasado colectivo, filtrado por algunos de los temas principales de la obra fílmica de su autor. Es una autobiografía al modo de Jodorowsky: con toques surrealistas, sujetos excéntricos y guiños hacia el esoterismo.
La historia es la del niño Alejandro (Jeremías Herskovits), tutelado en ciertos momentos por la figura compasiva de un Alejandro ya viejo (Alejandro Jodorowsky), que mira su infancia con indulgencia y unas cuantas explicaciones. Transcurre en Tocopilla, en los años 30, cuando la crisis económica mundial deja en la ruina "al 70% de los chilenos". Pero el centro es el padre, Jaime (Brontis Jodorowsky), emigrante ucraniano, judío, dueño de la tienda de ropa interior Casa Ukrania, comunista y conspirador pertinaz contra la dictadura del coronel Ibáñez.
En consonancia con su estalinismo, Jaime es un hombre duro, machista, autoritario, que presiona a su hijo para que sea "un verdadero Jodorowsky", un valiente, un insensible al dolor, un orgulloso de su identidad. El niño se refugia en Sara (Pamela Flores), una voluminosa madonna que defiende por sobre todo la unidad del hogar. En una de esas pinceladas gruesas y a la vez inspiradas que puntúan la obra de Jodorowsky, la dulzura maternal de Sara se refleja en que no habla, sino que canta todos sus parlamentos como una entregada soprano.
La aventura vital de Jaime pasa por tomar cada desafío con la infatuación de su coraje, pero agarra un giro político cuando decide liquidar a Ibáñez (Bastián Bodenhöfer). Se convierte en el cuidador de su legendario caballo Bucéfalo y a partir de ese punto se pierde, como Odiseo, lejos y a la búsqueda de su Ítaca lejana, después de transitar una vida "disfrazado de tirano".
Esta puede ser la más sincera de las películas de Jodorowsky, aunque visualmente resulte la menos estridente. Hay algunos momentos notables -la propagación de la peste, la muerte voluntaria de Aquiles, la madre teñida de negro, el regreso final a Casa Ukrania-, pero no recargadas con la imaginería solemne de otras cintas. Es posible que esta no sea una paradoja, sino un resultado necesario. Varios de los filmes anteriores de Jodorowsky se infatuaron en el experimentalismo y en el artificio barroco, y por eso yacen hoy en el baúl de las curiosidades.
El artista de espíritu complejo y a la vez obsesionado con el dinero -las primeras imágenes de esta película vuelven sobre esa fijación, aunque pronto la abandonan- ha tenido, a la larga, más frustraciones que satisfacciones con el cine. La danza de la realidad puede ser el encuentro, por fin, con un arte que siempre le fue elusivo y equívoco.
LA DANZA DE LA REALIDAD. Dirección: Alejandro Jodorowsky. Con: Brontis Jodorowsky, Pamela Flores, Jeremías Herskovits, Alejandro Jodorowsky, Bastián Bondenhöfer, Andrés Cox. 130 minutos.