En Chile, todo gobierno tiene a su disposición miles de leyes vigentes para ejecutar sus políticas y asume con el mandato de hacerlas efectivas. Poder Ejecutivo: eso es lo que han elegido los ciudadanos. Pero la actual administración se concibe a sí misma más bien como un Poder Legislativo. De ahí su ofensiva en las cámaras, una iniciativa sin parangón en la historia de Chile. A legislar, a legislar, que el mundo se va a acabar. Y más allá de abortos y tributos, de colegios y elecciones, falta todavía la gran apuesta: una nueva Constitución. ¿Para qué toda esta marea de artículos e incisos?
Por una parte, el actual gobierno cree que así derrotará definitivamente a la oposición. Acosada en todos los frentes, los bacheletistas la imaginan incapaz de enfrentar una a una las iniciativas ingresadas a las cámaras. No se la van a poder; están tan divididos que van a sucumbir: así ven desde el Gobierno a los aliancistas y a los grupos afines. Si los atacamos por todo el ancho del frente, es imposible que puedan resistir; hay que darles con tutti .
El Gobierno asegura así su fracaso, porque cuando se acosa de este modo a una oposición minoritaria, después de unos primeros meses de total debilidad, los opositores logran generar instintos de supervivencia mucho más fuertes que los imaginables por la izquierda. Es algo que nunca han podido entender desde el marxismo: que las libertades personales, ante la amenaza de cualquier proyecto totalitario, se potencian exponencialmente, tal como aumenta la capacidad del que huye de la bestia depredadora.
Y, como ha sucedido ya antes, no serán los partidos de la Alianza los que monopolizarán esa resistencia, sino que serán muchas fuerzas sociales que hoy van despertando las que actuarán con eficacia.
Pero, por otra parte, la ofensiva legislativa de Bachelet está destinada también a su propia izquierda.
Hay que tener tranquilo al PC, hay que consolidar ese pacto tácito que desde el primer día se hizo con los comunistas: a ustedes les conviene entrar; a nosotros, ustedes nos convienen dentro; después, ya veremos.
Ya estamos viendo: al Sernam, al PC, se le entrega la conducción del proyecto sobre aborto, cuando de acuerdo con los criterios invocados por la Presidenta, en realidad es un tema propio de Salud.
Pero una vez más, al conceder la cabeza de puente a los comunistas, el Gobierno fracasará. Porque cuando se entrega una materia al PPD, la gente levanta las cejas, mientras que cuando está en manos del PC, se levanta la guardia. La reciente entrevista a la ministra Pascual muestra todo el doblez, toda la malicia que es consustancial al modo de ser comunista.
Y la otra izquierda, la de la calle, ¿ha sido también considerada al momento de iniciar la vorágine legislativa? Por cierto. Existen los movimientos de nombre espectacular, aunque integrados por menos de 30 tipos, las ONG omnipresentes financiadas con dineros extranjeros, los colectivos que nada tienen sino el respaldo de tres periodistas igualmente sesgados. A todos ellos quiere satisfacer el Gobierno, proyecto tras proyecto.
No lo logrará; le espera un nuevo fracaso, porque la paciencia de los ultras es mínima. Dentro de poco se cumplirán los cien días rituales; dentro de poco se romperá el pacto tácito entre las izquierdas, y la calle volverá a gritar y poner bombas.
Se comprobará así que los dirigentes de la Concertación nunca han entendido a las fuerzas de la auténtica revolución. También hay ingenuos en las izquierdas electoralistas que creen en la posibilidad de redimir a las izquierdas rupturistas. Por eso, aunque se apruebe esta o aquella ley, en todos los frentes fracasará la ofensiva legislativa del Gobierno.