Tal vez no sea tiempo para lamentarse y rezongar, y tengamos que cerrar los ojos y arar con los bueyes que están en condiciones de hacerlo. Pero el renuncio físico de Matías Fernández a la selección, a menos de un mes del Mundial, refuerza la sensación de que en este capítulo el manejo del cuerpo técnico, entiéndase el multidisciplinario, numeroso, y muy bien remunerado equipo de profesionales que trabaja en torno al plantel chileno, no ejecutó una labor preventiva que garantizara al menos una recta final sin sobresaltos.
Tanto en el caso de Arturo Vidal como en el de Fernández, huelga decir que los primeros responsables son ellos mismos. La soberana decisión de seguir jugando sin estar físicamente en un cien por ciento fue de ambos; en conocimiento -porque no se trata de deportistas inexpertos-, de que arriesgaban cualquier grado de recrudecimiento de la lesión y, por consecuencia, un lugar en la nómina de Jorge Sampaoli.
La presión que hayan ejercido la Juventus y la Fiorentina evidentemente que debió pesar. Ambos elencos estaban disputando títulos o clasificaciones a torneos internacionales y su interés dominante era contar con todos. Qué nivel de concesión por sobre sus voluntades hayan otorgado los jugadores a sus clubes, o qué grado de falta de ética laboral haya habido de parte de las instituciones, por ejemplo al restarle gravedad a un examen médico o al ejecutar una mala praxis, solo es algo que Vidal y Fernández pueden responder hoy con certeza (aunque lo más probable es que la verdad se sepa cuando ya estén desligados de esos clubes).
Pese a que los preocupantes antecedentes desde Italia eran más que claros (ambos jugadores han manifestado tardíamente que sufrían sistemáticas molestias, aunque fueran citados por sus entrenadores), el cuerpo técnico chileno exhibió una actitud impasible, lejana, casi indiferente, que no guarda coherencia alguna con la movilización que generó el estado de Jorge Valdivia en Palmeiras, a quien se le propició un soporte personalizado para su recuperación muscular y se le controló pormenorizadamente a lo largo de meses.
Si esta aparente inacción del equipo técnico hacia los casos de Vidal y Fernández es una percepción errada, porque sí hubo un seguimiento acabado, alguien que no es Sampaoli pero que depende de él falló ostensiblemente en la recopilación de datos, en el diagnóstico médico o en el control de daños, por más que se argumente que las convocatorias de Pedro Pablo Hernández o Rodrigo Millar no fueron casuales. A contrario sensu: si no hubo ninguna supervisión y se depositó todo el capital humano en la confianza, prestigio y buena onda de los clubes itálicos, se pecó de una ingenuidad superlativa que en Brasil puede costar insospechadamente cara.
La tardía operación de Vidal y el autodescarte de Fernández revelan desprolijidad. El mismo silencio de Sampaoli, quien ha dilatado una aclaración del rol del equipo técnico que conduce en el manejo de ambas lesiones, es pernicioso. Si el seleccionador nacional considera que se obró profesionalmente y que lo sucedido se enmarca dentro de los imponderables o meras anécdotas de un proceso, sería bueno que lo precisara. Como para no seguir empeñados en constatar que en el fútbol chileno cuando las cosas no se hacen bien, la estrategia es ocultar.