"Nosotros no vamos a pasar una aplanadora, vamos a poner aquí una retroexcavadora, porque hay que destruir los cimientos anquilosados del modelo neoliberal de la dictadura". El anuncio del presidente del PPD, senador Jaime Quintana, para algunos fue un escándalo, pero para otros fue la verbalización de una profunda aspiración: destruir lo que llaman "la herencia de la dictadura". Ahora que la polvareda ha bajado, quizás sea el momento de volver sobre las palabras del senador para reflexionar sobre lo que significan.
La dictadura terminó, estaremos de acuerdo; pero, a juicio de Quintana y de quienes interpreta, el "modelo neoliberal" que instauró sigue incólume. Su "herencia" ha prevalecido la friolera de 40 años; esto es, la quinta parte de la historia de la república. Ocho de cada diez compatriotas no saben lo que es vivir sino bajo su sombra, pues nacieron después de 1973 o tenían a esa fecha menos de 10 años. Borrar del mapa el "modelo neoliberal" es, pues, una empresa de demolición colosal. Las retroexcavadoras, me temo, no serán suficientes.
En la visión de Quintana, la dictadura y su modelo habrían sido exógenos a la sociedad chilena. De ahí que se puedan extirpar sin dejar rastros, como se extirpa un cuerpo extraño del organismo. Pero las cosas no fueron así. La dictadura fue engendrada por la propia sociedad, aterrorizada ante la amenaza de una implosión. Ella la sostuvo o la toleró por largos años; hasta que sintió que había pasado la amenaza. En cuanto al "modelo neoliberal", él fue implantado, cierto, con bayonetas y -digámoslo- con retroexcavadoras. Pero respondía a una constatación empírica: el modelo anterior había estallado por los aires, y sus esquirlas habían producido una destrucción sin parangón. Con el tiempo, sin embargo, la gente fue haciéndolo suyo; incorporándolo a su propia identidad, tratando así de escapar de la disonancia. Las cosas también se imponen por la costumbre, y 40 años es mucho tiempo. De otro modo no se explicaría que la "herencia de la dictadura" viva aún con nosotros.
La adaptación a los dispositivos de regulación propios del "modelo neoliberal" (pienso en las AFP, los colegios subvencionados, las isapres, las universidades privadas, incluso el FUT) fue muchas veces algo deseado, aceptado, o al menos no resistido. Sobre esos dispositivos, por lo demás, millones de chilenos han armado sus vidas. Y sienten que no ha sido una mala vida, ni que las últimas cuatro décadas las hayan pasado en vilo esperando a Quintana y sus retroexcavadoras. Dicho de otro modo, la "herencia de la dictadura" no está alojada solo en textos legales, sino en instituciones y prácticas arraigadas en los hábitos y la mente de las personas. Para extirparla de ahí no sirve la maquinaria pesada. Se estaría requiriendo de electroshocks o campos de reeducación.
En suma, borrar la "herencia de la dictadura" es más complicado de lo que parece. Como lo fueron, en su día, "extirpar el cáncer marxista" o la "desjudización de Europa", que acabaron en los detenidos desaparecidos y en la "solución final". Esta experiencia enseña los peligros que encierra dejarse llevar por los anhelos de limpieza. Como decía Freud, "uno empieza cediendo en las palabras y termina cediendo en los hechos". Quizás sea preferible aceptar que toda nación está formada por herencias superpuestas que sus miembros van haciendo suyas, creando ese misterioso vínculo de solidaridad que les hace sentir que participan de un patrimonio común. Y consentir, como escribiera Hannah Arendt, que "toda generación, debido a haber nacido en un ámbito de continuidad histórica, asume la carga de los pecados de sus padres, y se beneficia de las glorias de sus antepasados".