Confusa parece nuestra política exterior. Chile está obligado a modernizar su presencia y aumentar su atención en el Pacífico. Y no está ocurriendo. Allí están las mayores oportunidades y potenciales para nuestro desarrollo y para influir en el concierto mundial. Mientras tanto las tensiones en la zona aumentan considerablemente. Hay riesgos de seguridad que nos pueden repercutir significativamente y es necesario asegurar los lazos ribereños amagados por disputas limítrofes.
Debemos reforzar nuestra actividad en los territorios, foros y relaciones con las naciones del Pacífico, en vez de asignar indefinidamente decenas de millones de dólares a nuestra participación militar en Haití e inquietarnos por los eventos de Ucrania.
Hay señales de presiones regionales para una preferencia diplomática y hasta ideológica por el Atlántico Sudamericano, en desmedro de nuestro entorno marítimo natural. Habrá que resistir esas presiones, sobreponer el interés nacional y explicar que la política exterior chilena no es excluyente de otras regiones.
La Armada debería disponer de más medios de vigilancia en el territorio marítimo y antártico chilenos, y no descartar operaciones internacionales conjuntas no solo de rescate e investigación, sino que también para la defensa de la paz y de la libertad de tránsito en el Pacífico. Lamentablemente, hasta en el Mes del Mar nuestras epopeyas y héroes navales comienzan a pasar desapercibidos.
Tenemos soberanía sobre ese mar, y APEC y la Alianza del Pacífico son las dos plataformas más dinámicas, permanentes y concretas de la acción internacional chilena. Son superiores a una episódica participación en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.
El Pacífico es el destino de casi el 60% de nuestras exportaciones y centenares de miles de empleos dependen del devenir de esa zona. Con razón, la tendencia mundial le asigna la mayor prioridad. Obama declaró recientemente que el Pacífico es el pivote de la política exterior de los Estados Unidos, desplazando a Europa. Chile se anticipó: durante el gobierno militar inició visionariamente, y la Concertación consolidó, la apertura al Pacífico, a la que luego se unieron otros países de Latinoamérica. Ese rumbo parece ahora haberse perdido: se prefiere realzar la participación chilena en Unasur, Mercosur y otras entelequias. El liderazgo y la identidad de Chile en el Pacífico Sur de América están en riesgo, mientras Perú y Colombia los aprovechan con creciente intensidad.
Chile debería relanzar, y con más fuerza y medios, su estrategia sobre su proyección al Pacífico, con un plan que combine los aspectos políticos, económicos y navales.