La gran mayoría de los chilenos estima que lo más importante en su vida es la familia. No obstante, a ratos pareciera que el sistema no está pensado precisamente en base a esa abrumadora percepción. Largas jornadas laborales --que a ratos exilian a los padres de sus casas-, desgastantes trayectos de transporte, dificultades previsionales y de salud en caso de maternidad, y escuetas viviendas sociales, son algunos de los ejemplos de esta ausencia de la perspectiva de familia en el diseño de nuestra sociedad. Pues bien, el caso de la reforma tributaria no ha sido la excepción.
Cuando hablamos del pago de impuestos, podemos pensar en dos modalidades: la de impuestos reales, que afectan a la renta en sí, sin atención a las características del sujeto que la genera; y la de impuestos personales, donde el cálculo atiende a las particularidades del contribuyente. En Chile, los impuestos que pagan las personas (y, en consecuencia, las familias) son el de Segunda Categoría y el Global Complementario, los cuales -no obstante las marginales deducciones en asuntos como intereses efectivamente pagados por créditos hipotecarios- no consideran en su cálculo los aspectos personales de la persona que paga. O dicho de otro modo: da lo mismo si usted tiene alguna enfermedad, tiene a su cargo algún pariente o tiene que financiar los estudios de sus hijos. A los ojos del fisco, lo único significativo al momento de la cobranza es la resta entre sus ingresos y los gastos que correspondan.
Esto en muchos países no es así. En Estados Unidos, por ejemplo, se considera la posibilidad de deducir los gastos médicos que superen el 7,5% de la renta, como también ciertos costos de capacitación. En Brasil y en México proceden descuentos por cargas familiares y por gastos en doctores y dentistas. Y en Francia corresponden rebajas por los mismos conceptos, agregando descuentos por los costos de cuidado de hijos menores. En simple, se tienen a la vista las particularidades de las personas para determinar cuánto deben aportar a las platas del Estado.
Ahora, hay un tema de fondo que se relaciona más directamente con la familia. En Chile no se considera la composición familiar al momento de fijar la carga tributaria, ignorándose la realidad de miles de hogares que han realizado múltiples sacrificios en pos del cuidado y crianza de los hijos, y el bienestar de los demás miembros. ¿No es una discriminación arbitraria el tomar solo en cuenta los ingresos al momento de fijar los impuestos, olvidando la manera en como estos deben invertirse (o, mejor dicho, la contribución social que estos gastos implican en la formación de las futuras generaciones, o cosas del estilo)? Si entendemos que la justicia es tratar a cada uno según su realidad, ¿no será que lo que corresponde es que contribuyentes con hijos y sin hijos no sean tratados de la misma manera? ¿Valdría la pena tener a la vista el número y las eventuales dificultades de los hijos al momento de determinar el monto impositivo?
La reforma tributaria es una buena oportunidad para aplicar medidas a favor de la familia, que atiendan a las realidades de las personas, y no solamente se fijen en sus números. Quizás si hubiera más tiempo entre tanto apuro que a ratos impera, podríamos dialogar e incluir reflexiones de fondo como estas, que efectivamente contribuyen a ir generando una sociedad más humana y más justa. Pues hablar de solidaridad también tiene que ver con apoyar a aquellos que tienen contextos de vida más esforzados, más demandantes y más exigentes en razón del bien común de la sociedad.
Diego SchalperConstruye Sociedad