La marcha del día jueves -con sus letreros, sus canciones, sus consignas y las declaraciones de sus dirigentes- puso de manifiesto la diferencia entre el Gobierno y el movimiento estudiantil.
La diferencia respecto de la reforma educativa.
Mientras el Gobierno plantea un programa de reformas, los dirigentes estudiantiles aspiran a un cambio de paradigma.
El concepto de paradigma lo puso de moda hace más de medio siglo un filósofo e historiador de la ciencia, T. Kuhn. Este autor creyó descubrir que la ciencia no era socialdemócrata, sino revolucionaria. En vez de progresar poco a poco mediante mejoras sucesivas que se agregaban una a otra, avanzaba a saltos, a través de convulsiones que cambiaban radicalmente lo que les antecedía. Por eso habló de cambios de paradigma. Un paradigma, explicó, es un sistema de conceptos, prejuicios, valores y creencias. Cómo es la realidad, qué límites tiene y cómo se comporta, depende del paradigma. Es como si un paradigma equivaliera a anteojos que modelan la realidad. Para que la realidad sea distinta, hay que cambiar de anteojos.
La mayor parte de los dirigentes estudiantiles conciben su tarea como un esfuerzo por cambiar el paradigma con que se mira a la educación y su lugar en la sociedad. Si se cambia el paradigma educativo, piensan, se cambia la realidad.
Ellos piensan que la forma en que se concibe la educación tiene el mismo lugar que Marx asignó a las condiciones materiales de la existencia: en la educación reposarían las claves de la vida social, el secreto que la constituye. Si se le cambia -si se pasa de concebirla como un bien de consumo a concebirla como un derecho social, como incluso la Presidenta ha repetido-, todas las relaciones sociales comenzarían, piensan, tarde o temprano, a ser distintas. La cooperación sustituiría a la competencia; el afán de lucro cedería el paso al trabajo altruista; la desigualdad, por fin, se dejaría vencer. Y es que cambiaría el paradigma. La reforma educativa, para los estudiantes, debe ser un cambio de paradigma. No una mejora socialdemócrata, sino un salto revolucionario.
¿Piensan lo mismo el Gobierno, que impulsa las reformas, y los parlamentarios, que con entusiasmo las apoyan?
Evidentemente, no.
Al margen de la retórica y de las concesiones narrativas (esas obvias trampas de la política), las reformas educativas del Gobierno son estrictamente socialdemócratas y no aspiran a ese cambio de paradigma por el que abogan, y con el que sueñan, algunos dirigentes estudiantiles.
Es cosa de ver.
¿Derecho social o bien de consumo?
Ambas cosas, sin duda. Un derecho social a la hora del acceso, porque la capacidad de pago no determinará el ingreso a las instituciones. Pero al mismo tiempo un bien de consumo, en la medida en que cada uno de los estudiantes, especialmente de educación superior, se apropiará, a través de la renta futura que percibirá, parte importante de los beneficios de la educación que reciba. Así entonces, cuando la Presidenta dice que la educación dejará de ser un bien de consumo y pasará a ser un derecho social, está haciendo un pase retórico: será ambas cosas. No solo un bien de consumo del que se apropia predominantemente quien lo recibe. No solo un derecho social. Ambas cosas. Una mejora estrictamente socialdemócrata, no un cambio de paradigma.
¿Educación estatal como sinónimo de educación pública?
No, en absoluto. Las entidades privadas también pueden poseer un sentido público que merece el reconocimiento. Ahí están la Universidad Austral, la Universidad de Concepción, la Pontificia Universidad Católica. El fetichismo estatal no lo comparte el Gobierno.
¿Fin al lucro?
Sí, pero solo con recursos públicos. Lo que repugna al Gobierno no es el lucro a secas, es el lucro con subsidios provenientes de rentas generales. Ello quiere decir que nada obstará a que exista la educación escolar con fines de lucro si no median subsidios.
No hay duda.
Con la excepción de aquellos que ven en la narrativa del cambio de paradigma un sucedáneo tardío de la revolución que alguna vez añoraron, pero que nunca fue, la mayor parte del Gobierno sigue siendo socialdemócrata. Y por eso -nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio- habrá reforma educativa, no cambio de paradigma.