Arturo Vidal no es un novato ni tampoco un tipo tímido. Si durante su trayectoria deportiva ha tenido poquísimas lesiones de gravedad es porque tiene una estructura física y mental capaz de soportar la intensidad del alto rendimiento, porque lo ha acompañado la fortuna y porque también lo han cuidado y se ha cuidado a sí mismo.
Salvo que en su club le hayan ocultado información médica relevante (lo cual es difícil de comprender, porque al que le dolía la rodilla era a él y no al técnico o al kinesiólogo de la Juventus), resulta evidente que en el episodio que hoy lo tiene al borde de quedar fuera del Mundial de Brasil, Vidal es uno de los mayores responsables, si no el principal.
Quienes comparten la tesis del encubrimiento y el abuso del club turinés, que además no cuidaría a uno de sus principales activos, que no querría que se muestre en un Mundial y que lo trataría como "esclavo", se niegan a reconocer que pese a todo fue Vidal quien asumió el riesgo de jugar con su rodilla en mal estado. Lo que aún no se ha develado -y quién sabe si se conocerá- es si lo hizo consciente de que se exponía al recrudecimiento de la lesión y a una eventual operación que lo podía marginar del Mundial.
Pero por los antecedentes de las fechas, presencias y ausencias en partidos y minutos de juego, es impensable que el seleccionado nacional no tuviera la mínima lucidez respecto de lo que se jugaba. Asumir, en consecuencia, que Arturo Vidal es una víctima o un actor involuntario en esta verdadera procesión en que se ha transformado su lesión es equivocar el foco y, una vez más, creer que hay un complot orquestado contra Chile.
No hay que perderse: Vidal ya es un futbolista consolidado y de renombre en su club como para haberse negado a jugar. Solo se entiende su inclusión a media máquina en los últimos partidos en que participó como el resultado de un acuerdo consentido con el técnico y el cuerpo médico de la Juventus. Suponer o dar por hecho que lo obligaron a ingresar a la cancha es subestimar su calidad de figura y el estatus de ídolo que tiene en Italia.
Si Arturo Vidal optó por jugar, tampoco hay que juzgarlo. Fue su elección dentro de un ambiente súper profesionalizado y extremadamente competitivo. Tal vez no consideró que el Mundial estaba en juego y cuando se dio cuenta, ya era tarde. El futbolista siempre quiere jugar, es parte de su naturaleza. Y ante ello ni el club más conservador, ni el técnico más paternalista, ni el médico más alarmista (que no parece ser el caso) podrán contrarrestar la decisión. Una determinación a esta altura errada para los intereses de Chile, pero no necesariamente para la voluntad de Vidal. Aunque duela admitirlo.