Señor Director:

Tal como lo señala "El Mercurio" de ayer, la ejecución mediante inyección letal, en Oklahoma, de un hombre acusado de haber asesinado a una joven de 19 años ha causado conmoción mundial.

Sin duda, merecía un castigo ejemplar por este acto, pero la pena de muerte no es la forma más digna de reparar el daño y el dolor causado. A mi juicio, no hay justificación ética para que, en nombre de la justicia, se pueda disponer de la vida de otro ser humano. Esta ejecución tiene, además, una cuestión agravante, ya que hubo problemas para administrar de manera adecuada la mezcla de drogas. Hubo problemas técnicos (al parecer la vía venosa no fue bien puesta y no contaban con una vía de acceso secundaria), por lo que la agonía del hombre se prolongó durante más de media hora, desde que se administró el sedante hasta que sobrevino el paro cardíaco. Adicionalmente, hay dudas respecto del origen de los fármacos usados en este caso.

Al respecto, es interesante señalar que la Unión Europea considera a la pena de muerte como algo anacrónico y brutal, por lo que ha prohibido las exportaciones de sedantes usados para estos fines.

Por último, como lo dijimos por este medio hace un par de años, un médico, como miembro de una profesión dedicada a preservar la vida cuando hay esperanza de hacerlo, no debe ser participante en una ejecución autorizada legalmente. La participación de médicos en la pena capital "distorsiona el propósito y el papel de la medicina y de sus profesionales en la preservación de la vida".

Sofía Salas Ibarra
Profesora Titular
Facultad de Medicina UDP