La última información disponible afirma que el año pasado había algo más de 63 mil puestos de trabajo para profesores universitarios en Chile. Y la cifra real es aún mayor, porque hubo cuatro corporaciones que no entregaron sus datos.
Somos muchos miles y llegamos a cientos de miles de jóvenes. Y si nuestra posición es habitualmente de enorme influencia, cuando en el país se viven tiempos de confusión, nuestra responsabilidad es todavía mayor.
Hoy no sería razonable involucionar hacia una posición fetal que nos proteja de los riesgos propios de un período convulsivo; si lo nuestro es normalmente el ritmo pausado y la paciencia de los medianos plazos, las amenazas que ahora se ciernen sobre la naturaleza misma de nuestra actividad -educación superior- exigen de nuestra parte un cambio de ritmo: métale energía y velocidad.
Tenemos que hablar. Y hablar con convicción.
Habrá que hacerlo en charlas informales o en conferencias solemnes, en mesas redondas o en debates; a veces será útil una comida o un encuentro vespertino, entre cafés o cervezas; lo que sea, pero tenemos que hablar.
Hablar con nuestros alumnos más allá de las clases.
Porque la inmensa mayoría de los profesores universitarios chilenos sabemos que lo que le pase a la educación terminará pasándoles a todas las otras actividades. Y resulta que justamente nuestra característica -sí, la de los más de 63 mil que formamos personas- es que preparamos a los jóvenes para la totalidad de los mundos reales, para la vida entera: universidad, universalidad.
Por eso, tenemos la obligación de hacerlos pensar sobre algunos puntos centrales.
Estimados: Todo cuesta, nada es gratis; suponer que pueden beneficiarse de no pagar su educación superior implica acostumbrarse a pedirlo todo, a destruir el vínculo entre esfuerzo personal y logros. No es natural, no les conviene. Les jugará en contra a corto plazo.
Señores: La calidad no se decreta. Se trabaja desde la sumatoria de las capacidades y de los esfuerzos, es inspiración y transpiración. Cada uno de ustedes alcanzará plenitudes humanas desde sí mismo y con la ayuda de los demás, no desde el ministerio.
Jóvenes: Endeudarse es condición vital; todos los humanos somos deudores, desde la concepción a la muerte natural. Suprimir nuestra libertad para asumir ese riesgo es privarnos de la relación presente-futuro, determinar nuestros proyectos a la planificación del grupo hegemónico.
Alumnos: Ya han sido seleccionados, y seguirán siéndolo; también ustedes han seleccionado y seguirán haciéndolo. Lo importante es que esa evidente manifestación de libertad la realicen con justicia, dándole a cada uno lo suyo. Por eso, niéguense al sorteo, a la chuña, al azar, que son injustos.
Muchachos: Lo público es una dimensión de la vida que se comparte con otras muchas: la interior o de conciencia, la familiar, las de amistad, las de los vínculos gremiales. No permitan que un rótulo de moda se trague la riqueza de sus vidas. Cuando quieran recuperar las dimensiones perdidas, será muy tarde, porque no será el público el que estará administrando lo público: será el Estado.
Discípulos: ¿Quieren dedicarse a la ciencia y al conocimiento, al servicio y a la formación? Necesitan para eso la diversidad de proyectos educativos, de filosofías que los sustenten, de personas que los compartan. La inclusión es una linda palabra que fácilmente puede devenir en magma unificador.
En La Serena y en Concepción, en Talca y en Puerto Montt, en Valparaíso, Viña y Valdivia, en la Católica y en la Chile en Santiago, he podido discutir estos puntos con alumnos en las últimas semanas. Y puedo asegurarlo: lo necesitan y lo agradecen.