Nos creímos el cuento. La entrada a la OCDE parece habernos transformado automáticamente en un país rico. En materia de educación superior, por ejemplo, muchos expertos parecen querer transformar a Chile en Noruega o Suecia. ¿Por qué no copiarlos y hacer la educación superior gratuita? ¿Por qué no aspirar rápidamente a ser los "súrdicos", los nórdicos del continente?
Déjeme ser claro. No veo nada malo en compararnos con naciones (mucho) más ricas; mal que mal, hay que nivelar para arriba. Pero no podemos distorsionar la realidad: a la luz de donde venimos, donde estamos y hacia donde vamos, proponer gratuidad en educación superior como objetivo de mediano plazo es una mala y cara idea.
Pongamos las cosas en contexto. En 1990, con un ingreso per cápita de 4.400 dólares, nuestra tasa de matrícula en educación superior era de tan solo 20%. Durante los años siguientes, la situación cambiaría radicalmente. Con un ingreso en torno a los 20.000 dólares, Chile cuenta actualmente con más de 1,1 millones de estudiantes en el sistema de educación superior, lo que representa una tasa de matrícula de 74%. Así, en menos de un cuarto de siglo, esta pobre nación pudo alcanzar a Noruega (73%), Suecia (74%), e incluso superar a Francia (57%). Notable resultado, si consideramos que a estos países les tomó el doble lograr similares avances. Nosotros hicimos mucho más, en mucho menos tiempo.
¿El secreto del éxito? ¡Justamente la no gratuidad! Dadas nuestras múltiples necesidades y escasos recursos públicos, fueron las familias quienes impulsaron la profunda transformación. Paradójicamente, pudimos alcanzar a los nórdicos precisamente porque no seguimos su modelo. Y en esto no fuimos los únicos. Australia y Corea son también ejemplos.
Entonces, ¿por qué copiar ahora un modelo impropio? Algunos dirán que, dados los altos costos de educación y los bajos salarios de los egresados, lo natural es avanzar en gratuidad. De ser así, la gratuidad sería la respuesta a la mala calidad del sistema. Pobre argumento. Otros dirán que, dado nuestro mayor nivel de ingresos, ahora sí podemos avanzar en asegurar ese "derecho social". Argumento tan popular como inconveniente, toda vez que Chile enfrenta un desafío monumental en materia educacional: reducir el desequilibrio entre los recursos destinados a los primeros 18 años de educación y los siguientes 5 (o más). En esto sí que estamos desalineados con los otros países de la OCDE. Mientras Noruega, Francia y Suecia gastan, respectivamente, 3, 2,67 y 2,42 veces más en educación básica y media que en educación superior, en Chile la cifra es solo 1,4 veces.
Cualquier gobierno OCDE debería priorizar una educación prebásica, básica y media de calidad antes que una superior gratuita. Pero parece que somos OCDE solo cuando nos conviene.