¿Tienen algo en común la reforma electoral que prevé cuotas de participación para las mujeres, por una parte, y la reforma educacional que pondrá fin a la selección e impulsará la discriminación positiva en las universidades, por la otra?
Sí.
El ideal de la igualdad.
No se trata, sin embargo, de la igualdad material, sino de la igual dignidad.
Se trata con igual dignidad a los seres humanos cuando se distribuyen recursos y oportunidades en atención a los actos voluntarios que ellos ejecutan y no en atención a cualidades respecto de las cuales carecen de toda capacidad de control. Si a usted lo postergan en una fila por haber llegado tarde (puesto que prefirió quedarse durmiendo a hacer el esfuerzo de levantarse temprano) usted no tiene motivo alguno de queja. Si, en cambio, a usted lo postergan en esa misma fila por su aspecto, su sexo, o su origen étnico, entonces usted, con toda razón, reclamará que se le está tratando de manera indigna. La razón es obvia: en el primer caso se le trata en proporción a lo que usted decidió; en el segundo caso atendiendo a sus rasgos involuntarios. En el primer caso se le trata como sujeto, en el segundo como objeto.
Y ahí está la gran virtud de algunos de los proyectos de Bachelet: si tienen éxito, contribuirán a que los chilenos se traten recíprocamente como sujetos.
Por ejemplo, el fin de la selección en la escuela.
Como es obvio, decidir el acceso a un puesto en la escuela atendiendo a la etnia, el origen social, el apellido o cualquier otro atributo semejante, es sencillamente un acto de discriminación. Y lo es porque toma en cuenta cualidades adscritas, rasgos involuntarios que escapan a la voluntad de quienes las portan. Es, entonces, inadmisible. ¿Estará en la misma situación atender al rendimiento escolar? Aparentemente no. A primera vista el rendimiento escolar depende de la orientación al logro y la disposición al esfuerzo de las personas. Si eso fuera así, entonces seleccionar atendiendo al rendimiento (como lo hacen los llamados liceos de excelencia) sería correcto. Pero ocurre que el rendimiento escolar solo en parte es fruto del esfuerzo. Una parte relevante (alguna literatura menciona casi un 50%) es resultado del capital cultural previo, la escolaridad de la madre, de la disposición de libros en el hogar, etcétera. En consecuencia, la selección por rendimiento es también inaceptable. Aceptarla en sociedades tan desiguales como la chilena -sociedades donde la familia es una de las principales fuentes de la desigualdad- significa consentir que se trate a los niños y niñas en atención a características adscritas. ¿Y qué ocurrirá con la selección en colegios religiosos? Esos colegios suelen hacer el escrutinio de la historia familiar de los niños antes de admitirlos. Algo así es también inaceptable ¿por qué tratar a los niños en proporción a los actos de los padres? Basta que los padres manifiesten su voluntad que el niño se forme en ese colegio religioso para que tenga una oportunidad igual a cualquier otro de ser admitido.
Esa misma inspiración -tratar con igualdad a los seres humanos- es lo que justifica las cuotas de participación política a favor de las mujeres.
La división sexual del trabajo -el hogar para las mujeres, el mundo público para los hombres- es, al igual que la distribución de oportunidades escolares por el origen social, injusta porque atiende a una cualidad, el sexo, que no equivale a un acto voluntario. Corregirla es, entonces, correcto. Y a eso tiende la regla, contemplada en la reforma electoral, que prevé un 40% de candidatas mujeres.
Y, en fin, la misma justificación tiene la discriminación positiva que se ha previsto para las universidades. Una cuota del 20% de las vacantes para los estudiantes que padecen desventajas de origen, se justifica plenamente. Es una forma de compensar un dato -las características de la cuna- sobre el que carecen de control.
En La metafísica de las costumbres , Kant enseña que las cosas de este mundo o tienen precio (en cuyo caso equivalen a un objeto) o tienen dignidad (caso en el cual son un sujeto).
Podría ser el lema del gobierno de Bachelet: ¡Sujetos, no objetos!