Después de su éxito con La nana, el cineasta Sebastián Silva se trasladó a Estados Unidos con el propósito de obtener fondos para Magic magic, un proyecto que sería rodado en Chile, con el actor Michael Cera. La larga tramitación del dinero hizo que Cera estuviese por regresar a su país, pero en ese punto Silva tuvo la idea de proponerle otra película, mucho más modesta, basada en una experiencia personal. De esa manera accidentada y limítrofe nació Crystal Fairy, que poco tiempo después le significó a Silva el premio al mejor director en el festival de Sundance.
Ese aire de improvisación, relato experiencial y deriva psicológica se respira a lo largo de todo el metraje con tanta intensidad, que es imposible evitar la sospecha de que el autor está hablando de una cosa, aunque su finalidad principal es llegar a otra, muy diferente. Y que lo hace con un tono, el de la comedia, que se sobrepone a otra realidad subterránea, la del drama.
La historia comienza en una confusa fiesta en la casa de Lobo (Sebastián Silva), donde se consume marihuana y cocaína a raudales, aunque con el tono liviano de los post-adolescentes, siempre atentos a leer al Huxley alucinógeno de Las puertas de la percepción. Por en medio transita el joven estadounidense Jamie (Michael Cera), acompañado de su amigo Champa (Juan Andrés Silva), con quien partirá al día siguiente hacia el desierto de Atacama.
Jamie anda tras el cactus de San Pedro, una planta nortina que después de una larga preparación puede producir un alucinógeno de potencia legendaria. Durante la fiesta, Jamie invita, en forma irreflexiva, a otra joven estadounidense que se hace llamar Crystal Fairy (Gaby Hoffmann), que busca la misma experiencia, aunque también está obsesionada con el fin del mundo profetizado por el calendario maya para fines de 2012.
Ambos personajes son polares. Jamie es sociable e irónico, pero también obsesivo; su conducta sugiere que el viaje iniciático no persigue solo la mezcalina, sino sobre todo una búsqueda más dramática de su propia identidad. Crystal es expansiva, desinhibida y frágil, pero tiene menos problemas con su identidad que con un pasado dañado. Su función es mucho más la de un agente revelador que la de una mujer en busca de sí misma.
Crystal Fairy tiene muchas similitudes con La vida me mata, el primer largo de Silva, pero está ejecutada con más libertad y menos voluntad metafórica. Trata de jóvenes atormentados, pero esos dolores están siempre velados por el humor y las revelaciones finales, aun dramáticas, que son bañadas por la compasión.
Es la obra de un cinéfilo, pero sus referencias son transparentes y en algún momento muy inspiradas (la principal, el baño en la playa con la canción de Henry Mancini de Dos para el camino). Y es, sin duda, una cinta retorcida, aunque ese retorcimiento la salva del simplismo post-adolescente, una de las pestes del cine actual.
Crystal Fairy & The Magical Cactus and 2012. Dirección: Sebastián Silva. Con: Michael Cera, Gaby Hoffmann, The Silva Brothers (Juan Andrés, José Miguel y Agustín), Sebastián Silva. 98 minutos.