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Editorial
Lunes 21 de abril de 2014
Una sala para Chile
Ha de contarse con un modelo aceptablemente consensuado de financiamiento, de gestión, de administración, de destino artístico de destino artístico de un ente de esta naturaleza...
La Presidenta Bachelet ha anunciado la construcción de una sala con capacidad para dos mil personas en el Centro Cultural Gabriela Mistral (GAM), lo cual es un bienvenido gesto de apoyo para las artes de la representación. Contrariamente a lo planteado por algunas voces, un aforo como el señalado no parece un exceso para una ciudad con las características de Santiago, y tanto menos si se considera la evidencia de que la centralización de nuestro país, por indeseable que sea, constituye una realidad que de hecho pone a la capital como foco de la actividad cultural. Una sala semejante sería, en la práctica, para el país, incluso si efectivamente se opta por construirla en el GAM -esto es, en el centro del centro.
Es muy positivo que este anuncio presidencial haya despertado abundantes comentarios y aun polémica, lo cual es señal de vitalidad e interés. Otro tanto ocurre en todos los países democráticos que abordan proyectos similares. De ese debate público pueden ir surgiendo decantamientos y afinamientos valiosos de una idea que debería, en todo caso, ir mucho más allá de la natural aspiración de toda administración a dejar un legado por el cual la recuerden las generaciones futuras.
Es manifiesto que el Teatro Municipal -una joya patrimonial y un centro cultural indiscutidos, que en caso alguno podría postergarse- no dispone hoy de posibilidades físicas mayores. Se justifica, pues, una sala dotada de tales requisitos. Eso resulta especialmente notorio respecto de la música docta, en la que parte del repertorio posterior a 1857, año inaugural de dicho teatro, exige espacio para falanges instrumentales y corales que hoy solo pueden acomodarse con limitaciones.
Sin embargo, una excelente iniciativa como esta debería evitar precipitaciones voluntaristas e irreflexivas. Construir tal recinto supone recursos cuantiosos, pero esa es la parte fácil de un emprendimiento semejante. Lo más complejo es insuflarle luego una vida permanente, con un nivel de calidad condigna. Al respecto, por cierto, jamás se logrará unanimidad de juicios -basta observar las recurrentes polémicas al respecto en Francia, Italia, Alemania o el Reino Unido-, pero sí cabe aspirar a que la actividad que se desarrolle en ese nuevo recinto refleje un grado razonable de consenso transversal, ajeno a intentos de instrumentalización política u otra. Ha de contarse con un modelo aceptablemente consensuado de financiamiento, de gestión, de administración, de destino artístico de un ente de esta naturaleza, so riesgo de encontrarse luego ante un edificio sin más contenido que el que pasajeramente quiera o pueda darle un grupo u otro. Esto incide, incluso, en el diseño de un centro de esta especie. Pero a estos respectos no se tiene aún conocimiento de las necesarias instancias de discusión ciudadana que se considerarán.