La idea de que Chile asiste a un momento histórico distinto que se ha dado en llamar Nuevo Ciclo se ha extendido como un supuesto incontrastable. Aunque se le atribuyen significados variados, sus publicistas la presentan como un sentido de los tiempos en el que encarnaría una nueva relación entre la sociedad, el gobierno y el Estado.
Algunas de sus señales serían la existencia de una ciudadanía más demandante, el rechazo intermitente a un modelo que ha convertido todo en una oportunidad de negocio, el logro de una mayoría parlamentaria que permite concretar unos cambios que se esperan cualitativamente distintos, los límites de la política cupular de los acuerdos y los cambios experimentados en la coalición gobernante en clave meritocrática y generacional, pero, a la vez, frustrando las expectativas de paridad de género como señal de avance en una dimensión importante de la desigualdad.
Más que algo dado, el Nuevo Ciclo debiera considerarse como un proyecto en construcción, puesto que aparece como portador de continuidades en combinación con dilemas no resueltos. Ante ICARE, y luego del preludio movimentista de 2011, Enrique Correa celebraba el regreso de la política institucional en el contexto electoral del año 2013. Dicha política, sin embargo, no termina por digerir la abstención históricamente en alza o la consistente disociación que los chilenos muestran entre estados de satisfacción personal y malestar social. El corto rodaje del Gobierno ha visto la reedición del cuoteo, las comisiones, los delegados presidenciales y la lógica de compensaciones, aunque más de alguno dirá: ¿podría hacerse de otra forma?
El del lenguaje es un terreno sintomático de los desajustes entre lo nuevo y la persistencia de lo viejo y sus fantasmas. Las vaguedades y consignas se combinan con alusiones apocalípticas a refundaciones, sistemas totalitarios, retroexcavadoras y tsunamis tributarios. Se presentan alternativas sin matices entre la gestión de una mayoría parlamentaria que no garantiza cambios perdurables y la denuncia de un hipotético salto al vacío que supondrían formas nuevas, como una asamblea constituyente. Se ha avanzado en darles relieve a problemas mayores, como la desigualdad, y hay que agradecer a la OCDE por los favores recibidos. Pero las modalidades y prácticas políticas resisten la innovación que una etapa como la proclamada exige. El mantra de ejes programáticos en compartimentos estancos orienta la acción de hoy, pero ¿resultará suficiente -como proyecto histórico de transformación- para trascender la experiencia contingente de un gobierno?
María de los Ángeles Fernández Ramil