Pocas ópticas más recurridas que la de un niño para describir el horror. La literatura y el cine han sido pródigos en ejemplos de este tipo, y por qué no la televisión. Esa es la oportunista interrogante que parece surgir en las mentes de periodistas y editores de noticiarios cuando una catástrofe natural asuela el país. "El diario de Anna Frank", "El imperio del sol" y "La vida es bella" surgen como modelos dignos de imitación. Y es así como sin más cuidado que el de saber instalar un micrófono frente a sus bocas, los reporteros en terreno son lanzados a obtener un registro auténtico y emocionantemente infantil, sin preocuparse demasiado de temas como la dignidad, la formación sicológica o la revictimización.
Tal como la cobertura de las catástrofes no es una asignatura a la que se le dedique un solo semestre en la formación universitaria de un comunicador, tampoco el criterio se puede enseñar. Sin embargo, el uno no puede ejercerse sin el otro, y eso lo comprende cualquier telespectador. Al menos así lo entienden los dos centenares de personas que esta semana se quejaron ante del Consejo Nacional de Televisión por la cobertura que los canales hicieron sobre el siniestro que arrasó Valparaíso el fin de semana anterior.
Prácticamente la mitad de esas denuncias están destinadas a una nota de "24 horas" que buscó retratar a los niños de la tragedia, focalizándose en Kiara Román, una menor que en las noticias del día lunes había aparecido como uno de los tantos damnificados del cerro Ramaditas y que ganó fama instantánea al contar en lenguaje coloquial que su madre había salido a comprar ropa interior.
Las tragedias -ya se ha dicho en esta columna- se han convertido en una seguidilla incesante de reporteros a la caza del sucesor de "Zafrada", del niño que en el terremoto de 2010 se hizo célebre por su dislalia al pedir "frazadas" y por su disposición a enfrentar impúdicamente cualquier cámara de televisión. Ni el reciente terremoto de Iquique ni este incendio podían ser la excepción.
Así llegó Kiara Román a ganarse un espacio en televisión. Ella, como otros niños en otros canales, fueron usados para teñir de humor y emoción un segmento destinado a la información. El problema, fue el exceso que se cometió.
Al día siguiente de su primera aparición, TVN exhibió una segunda nota donde solo los niños eran los protagonistas. Claudio Fariña -el periodista que descubrió a Kiara en medio de las cenizas- se paseó por los albergues buscando el testimonio infantil. De lentes oscuros se acercó a los pequeños que le decían que se les quemó la casa y él insistió: "¿No se salvó nada?", haciendo que una niña terminara por llorar; otra niña dijo estoicamente que la pérdida fue solo material y él, punzante, inquirió: "¿Tenías animales?". La respuesta fue que sí: un perrito y dos gatos que ya no están.
Aproximarse a los niños no es lo mismo que fiscalizar a la autoridad. Sacar verdades que se quieren omitir a un niño traumatizado no es un acierto periodístico para celebrar. Tampoco lo es regocijarse en el hallazgo de una pequeña locuaz, al punto de volver al día siguiente sobre ella, repreguntarle cuánto era que costaba ese valioso juguete que tanto sintió perder y sacar del bolsillo un billete de $10 mil ante la cámara de televisión.
Las quejas presentadas ante el CNTV también hablan de expresiones poco afortunadas como "terremoto de fuego" o "tsunami de fuego", y debiera haber otras para condenar metáforas igual de poco afortunadas como "un asado gigante" o "esto parece Afganistán". También molesta la pobreza del lenguaje que reduce toda escena de llamas a la expresión "dantesca", como si El Dante y su "Divina Comedia" tuvieran algo que ver con la infernal formación lingüística de a quienes les toca despachar.
Pero al menos hay que hacer una concesión: trabajar en terreno arriesgando incluso la vida, por lo pronto, bien merece dejar pasar una mala asociación. Y, para los excesos cometidos, bien puede haber más de alguna aleccionadora sanción.