No me hizo nada de bien leer esta semana las noticias sobre la presentación de la demanda boliviana contra Chile en la Corte de La Haya.
Me irritó la parafernalia montada por Evo Morales y su comitiva en el Palacio de la Paz. Trataron de lucir confiados, triunfantes, como diciendo "oigan, chilenos, les dimos varias posibilidades de entregarnos mar por las buenas, pero como se resistieron, no nos quedó otra opción que hacerlo de este modo".
Es decir: por las malas.
Evo y los suyos parecen seguros de que van a ganar. Se les nota en las formas audaces que exhiben, en la pachorra y en esa actitud como náutica que han adquirido. "Si Perú, que es una potencia comparada con nosotros, logró arrebatarles a los chilenos un buen trozo de mar, seguro que nosotros, que damos más pena, les vamos a sacar tierra y mar", deben estar pensando.
¿Por qué tanto triunfalismo y nada del típico lamento boliviano?
Porque Evo y sus asesores ya les "sacaron la foto" a los jueces de La Haya. Saben que sus fallos van a buscar siempre un punto intermedio; da lo mismo que alguien tenga toda la razón, lo importante es siempre proyectar una imagen de ecuanimidad, justicia y bondad.
Dormí pésimo la noche en que presentaron la demanda. Creo que se me quedó el televisor encendido, sintonizado en uno de esos canales que dan noticias las 24 horas del día. Porque a lo lejos, entre sueños, escuchaba a Evo Morales, al canciller, los agentes, los abogados e insistentemente "la Corte", "la Corte".
Así fue como llegué al Gran Salón del Palacio de la Paz en La Haya, donde funciona la Corte Internacional de Justicia. Ahí estaban todos los jueces, en pleno. Pero en vez de túnicas negras, vestían delantales blancos de hule, como los carniceros de mi infancia. Obviamente, me sorprendí. Si bien ya había sido anómalo que en vez de puerta hubiese una especie de cortina de largas huinchas plásticas de múltiples colores. El sonido que uno hacía al entrar y moverlas, de diminutos "clacs", también me trasladó a mi infancia.
Otra cosa llamativa eran las moscas, eran muchas, gordas y azulosas, dignas de país OCDE. La jueza africana las perseguía con un matamoscas para que los insectos se acercaran hacia un tubo fluorescente que los electrocutaba.
El lugar era, sin duda, una carnicería de barrio.
El juez mexicano, rosadito, maceteado, le sacaba filo a su cuchillo, mientras el japonés practicaba un movimiento rápido y sucesivo, como si fuese a trozar un roll de sushi . El marroquí blandía, con gran técnica, aprendida quizás dónde, algo así como un cortaplumas mariposa. Pero todos se veían ansiosos de comenzar con la acción.
Lo que estaba a punto de ocurrir era un "Ritual de Cercenación" (esta última palabra no la encontré en el diccionario, pero supongo que es válida en una experiencia onírica). Enfrente de los jueces había un trozo de filete, robusto, bello. De lejos parecía solo un filete premium , pero si uno se acercaba, constataba con asombro que tenía la exacta forma del mapa de Chile.
"¡Aquí lo tenemos al frente de nuevo!", se escuchaba decir con entusiasmo a una jueza. "Esta vez hay que sacarle una lonja de verdad", complementaba, en francés, otro magistrado. "¿Me permiten?", dijo un tercero, con voz tajante, mientras levantaba el hacha que empuñaba en su mano derecha...
Ahí desperté.
No sé si será el trauma de lo que ocurrió con Perú, o la seguidilla de tragedias que ha azotado a nuestro Chilito en las últimas semanas o qué, pero les confieso que estoy con muy mala espina. Hace no tanto tiempo sentía que vivía en un país querido, pujante, que crecía y que de a poco dejaba atrás la pobreza para entrar hacia el desarrollo. Y ahora solo duermo en medio de sueños de mutilación.