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Día a día
Jueves 03 de abril de 2014
Mi banderita marchita
En ese caso el dolor también es nuestro, pero es más bien espiritual o anímico. A uno le duele, por ejemplo, que una imagen sagrada se dañe y pierda sus colores, su encanto original...
Es increíble el estrago que puede hacer el tiempo. Los humanos lo sabemos muy bien, porque nos vamos dando cuenta del deterioro día a día. Y lo sufrimos. Pero también lo padecen los símbolos, las ideologías, los íconos... En ese caso el dolor también es nuestro, pero es más bien espiritual o anímico. A uno le duele, por ejemplo, que una imagen sagrada se dañe y pierda sus colores, su encanto original.
Hay una bandera chilena que ha perdido "el azul de mi cielo, la nieve de las montañas, el rojo del copihue y de la sangre araucana".
Se encuentra en una bomba de bencina, en la esquina de Macul con Camino Agrícola. Al lado de la chilena flamea la insignia de la compañía bencinera, pero es nuestro pabellón el más deteriorado.
No solo se ha marchitado su tricolor, sino que también el género muestra fatiga de material. Sus jirones se ven desde lejos, ofreciendo una imagen deplorable.
Esa bandera nuestra lleva largo tiempo dando tan feo espectáculo... mejor dicho llevaba, porque, ¡oh, milagro!, el lunes recién pasado vi flamear un nuevo emblema. Qué fuerza tenía su rojo y qué bien lucía la estrella solitaria en medio del "cielo azulado", y el blanco ya no era un gris tipo negruzco. Me sorprendí al ver el cambio. De haber visto el trapo que había antes, el poeta Víctor Domingo Silva jamás se habría inspirado para escribirle al "épico estandarte":
"¡Oh, bandera!/ La querida, la sin mancha,/ la primera entre todas las que he visto...".
MENTESSANA