El nuevo ministro de Economía, Luis Felipe Céspedes, ha esbozado los primeros lineamientos de su gestión. Dentro de ellos, uno de los aspectos más importantes es la elaboración de una agenda pro crecimiento e innovación. Pese a que esta aún no ha sido expuesta, la idea es establecer un conjunto de iniciativas orientadas al logro de un objetivo evidentemente deseable, lo que contribuirá a priorizar y ordenar esfuerzos. Por cierto, lo verdaderamente relevante serán los contenidos que finalmente se incluyan en esa agenda.

En este sentido, llama la atención el planteamiento del mismo ministro en cuanto a entregar al Estado un rol económico clave, identificando sectores cuyo desarrollo se privilegiaría. La experiencia muestra que los países exitosos han logrado un crecimiento importante gracias al impulso del sector privado, con un Estado que más bien facilita y fomenta las iniciativas de aquel, antes que determinar anticipadamente las áreas de desarrollo. Sin duda, el mercado no siempre se basta a sí mismo, y en algunas ocasiones puede ser justificable la decisión de la autoridad económica de apoyar ciertos esfuerzos. El propio ministro ha señalado, correctamente, que en la coordinación de empresas, universidades, centros de investigación y agencias públicas, el Estado puede tener un rol más destacado.

Sin embargo, el riesgo está en creer nuevamente que es la política industrial del Estado la que puede llevar al país al desarrollo. El siglo XX fue una prueba palpable del fracaso de esa política en casi todos los países que la aplicaron, incluido Chile. La creencia de que el Estado tiene la capacidad para identificar y definir los sectores con alto potencial de crecimiento ha sido desmentida por la evidencia. La nueva teoría que reimpulsa esta corriente señala que "ahora sí" existirían los instrumentos adecuados para que el Estado cuente con la información necesaria para decidir por sí mismo dónde gatillar el desarrollo. Los riesgos, sin embargo, son los mismos del pasado, con similar arrogancia intelectual: la de suponer que una entidad puede conocer más y tomar mejores decisiones que millones de individuos actuando libremente.

Otro aspecto en el que ha hecho hincapié el ministro es el del fortalecimiento de la competencia de los mercados. Tal inquietud es sin duda acertada, en la medida en que se utilicen herramientas que efectivamente contribuyan a tal objetivo. Desde luego, la idea de un Sernac agigantado, que actúe como juez y parte, puede llevar a resultados muy distintos de los perseguidos.

Corresponde esperar a que los anuncios del ministro se traduzcan en iniciativas concretas. En su trayectoria, el secretario de Estado ha mostrado comprender el funcionamiento de los mercados y se ha ubicado en posturas muy lejanas de populismos. La voluntad por él ratificada de priorizar el crecimiento económico es importante, pero el éxito en el logro de ese objetivo estará determinado por la elección de los instrumentos adecuados.